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Desde que somos pequeños nos enseñan a que el mundo tiene una forma, tiene una intención todo tiene un porqué, un porque si, nos casamos para acoger con propiedad a la familia que esta por llegar, trabajamos dia a dia para poder pagar la casa sin que el banco tire demasia de la hipotéca hasta el embargo. Los pasos por los que una vida humana ha de pasar estan grabados ya con huellas profundas en el asfalto, y a mi me sigue pareciendo ridículo. Recuerdo que me encantaba Corey Feldman (otra cosa bien distinta era la pareja que formaba con Corey Haim, con quien hizo peliculas de muy diversos géneros y alguna con secuelas y todo, que a parte de “Jóvenes ocultos”, de un entonces prometedor Joel Schumacher, el cual habia dirigido la generacional “St. Elmo’s, punto de encuentro”, no ha hecho muchas cosas destacables), su papel en “Cuenta conmigo”, me gustaba ver como esos chicos tenían problemas para adaptarse al mundo que los rodeaba, como no lo aceptaban, al igual el él no los aceptaba a ellos.

Tambien Oskar se revela contra ese mundo tan acartonado que es el de las estructuras adultas (jejeje, me rio yo de esa palabra que tanto da de que hablar), el decide arraigarse fisicamente en su propio regazo, la cara de David Bennent (que rodó “El tambor de hojalata” con 12 años e interpretaba a un niño de 3, y también podemos verlo en la francesa “Un día de perros”, donde tenemos a un genialmente crepuscular Lee Marvin, en la última de Spike Lee, que ha pasado sin pena ni gloria, e incluso en el “Legend” de Ridley Scott) arañó mis retinas y también los recovecos de mi materia gris, algo estaba sucediendo, no era el fascismo que se alzaba, era mas bien el conservadurismo, que del ámbito puramente biológico había pasado ya al social (como todo lo puramente humano).

Y Antoine Doinel, esas ansias de ver el mar, toman nuevas miras en las entregas posteriores a “Los Cuatrocientos golpes”, nadie esta obligado explícitamente, pero, al parecer, todos lo estamos por la sombra, por el lado oscuro, por el lado institucional. El Telly del primer film de Larry Clark (de quien recomiendo su obra fotográfica encarecidamente) está tratando de aferrarse, de poseer, más bien, ese momento que la sociedad se cree con derecho para empujarte a abandonarlo. Suspiro, me paso la mano por el estómago y pienso en cuándo voy a morir, en que la nostalgia es el pan de cada día cuando entras a formar parte de la maquinaria, de las ruedas dentadas que aprisionaban a Chaplin y las encadenadas que aplastaban el hogar de la Sra. Brisby (hay, como hecho de menos esas primeras piezas de Don Bluth, incluidos el “Dragon’s Lair” y el “Space Ace”, ¿los recordáis?).

La claves es qué y qué no merece la pena, mmmm, tal vez debería hacer como “La Princesa Mononoke”, estallar de rabia, armarme y aplastar a quien se interponga en mi camino, pues es mio y de nadie más, no dejar que me ordenen o me manden, acurrucarme en el regazo de un lobo o de un jabalí y pasar la noche recorriendo el cisne, el escorpión o la Osa Menor. ¿O debería hacer como Chihiro?, debería adaptarme al movimiento de masas, al fluir de gentes, hacer lo que hacen allá donde valla, callar, obedecer y, quizás, algún día coger el asa de la oportunidad, tirar de ella y volver sano y salvo al mundo que hacía tiempo había abandonado. Supongo que nisiquiera Miyazaki tiene la respuesta, ni Truffaut, ni Volker Schlöndorff, y tampoco J. D. Salinger (el iraní Dariush Mehrjui hizo en el 95 una versión no autorizada de “Franny and Zooey” que no he podido ver, si alguien la ha visto …), porque en verdad eres tu el que tienes que construir las respuestas. Estés en Kuala Lumpur, el bajo Mississippi, Australia o las Islas Canarias tu eres el que guarda el centeno.

 

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