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Hace dos años que Terry Gilliam dirigió “Tideland”. Ese mismo año dirigió “El secreto de los Hermanos Grimm”. Tras la aventura de los Grimm estaba la Metro Goldwyn Mayer, los Weinstein y Dimension Films, la protagonizaban Matt Damon, Heath Ledger, Lena Heady, Monica Bellucci y otros tantos y el guión lo firmaba una tal Ehren Kruger (responsable de los guiones del remake del “Ringu” de Hideo Nakata y su secuela, “Scream 3” o “Operación Reno”). Produciendo “Tideland” están Capri Films (distribuidora canadiense que solo cuenta con dos coproducciones italo-canadienses con Sophia Loren y la presente), Prescience Film Fund y la RPC (esta última si que lleva 30 años apoyando a algunos de los mejores autores del cine, desde Jerzy Skolimowski, Nicolas Roeg o Nagisa Oshima, a Cronenberg, Wenders o Linklater). En el reparto de “Tideland” sólo encontramos dos nombres ciertamente populares: Jeff Bridges (cuyo papel se reduce a 10 minutos) y Jennifer Tilly (a la que, francamente, ni siquiera reconocá). El guión de “Tideland” vuelve a estar firmado por Terry Gilliam y por el que fuese su co-guionista en “Miedo y asco en Las Vegas”: Toni Grisoni (guionista de la muy interesante “La Isla de Bird Street” de Sôren Kragh-Jacobsen, de “In this world” de Michael Winterbottom o de “Brothers of the Head”, el debut en el largometraje de ficción de Keith Fulton y Louis Pepe, directores de aquella crónica del fallido proyecto de un Quijote a lo Gilliam: “Lost in La Mancha”). “El secreto de los Hermanos Grimm” se estrenó en todo el mundo en el 2005, “Tideland” ha llegado ahora y a circuitos de filmotecas y cines de versión original.

Esta es la información necesaria para continuar hablando de “Tideland”, de los mundos inventados, fantasticos y las evasiones, de cómo a todos nos gustaría evadirnos en ciertos momentos. Yo me evado de la sociedad frente a esta pantalla que me permite decir lo que quiero, lo que me duele y lo que me hace reir, y después me evado de tanto cine y tecnologías en algún bar donde sólo yo hable de Harmony Korine y Jim Jarmusch, y al final me evado de tanto epicureásmo pseudo-intelectualoide buscando algún rincón caliente. Terry Gilliam se evade de las grandes productoras para recluirse en su gusto por la fealdad, en sus imaginativos mundos infantiles, en el valor mesiánico de las utopías, en los sueños como motor del mundo.

Cuando Jean Paul Sartre daba su visión del existencialismo, sus soluciones a la vida, hablaba de un mundo carente de sentido, un mundo sin demiurgos y seres trascendentes creadores de normas y objetivos. La única manera de no volverte loco y terminar con tu vida en un lugar lúgubre como éste es construyéndote tu propio sentido, idear esas normas y objetivos tu mismo y erigirlas en verdades de hecho. Eso es lo que hace Jeliza-Rose en “Tideland”, evadirse de la sordidez de lo que le está pasando, es lo mismo que hacemos nosotros cada día con el cine o con cualquier otro medio de entretenimiento mental (o no). El mundo está en decadencia, pues inventémonos otro mejor. ¿Paraásos artificiales?, no, esto es lo único que existe.

Unos tipos sentados junto a mi comentaban que parecía una película de Tim Burton mezclada con una de Tobe Hopper. Supongo que lo de Hopper lo decían por esa tendencia al feismo, a un feásmo mágico emparentado con el sándrome de Diógenes. Mustique, Sateen Lips, Glitter Gal y Baby Blonde son las amigas de Jeliza-Rose, son desvencijadas cabezas de muñeca que hablan por el mismo mecanismo que el problemático dedo de Danny Torrance en “El Resplandor”, en un film de Estudio habrían sido diseñadas por Todd McFarlane y animadas por avanzadas técnicas informáticas. Este cuento macabro (que obtiene su leit-motiv de “Alicia en el paás de las maravillas” como “Corazón salvaje” lo obtenia de “El mago de oz”) camina sin quitar la vista de lo desagradable, y sin conseguir que lo mágico nos conmueva realmente: cadáveres apestosos, embalsamamientos caseros, deficientes mentales con relaciones sexuales con ancianas lascivas y todo un recital más deslavazado de lo que cabría esperar de Terry Gilliam, aunque supongo que él también lo habrá notado, pero este es su Paás de Las Maravillas, su Jutlandia, su Brasil, su paraáso prometido.

Es el signo de los tiempo modernos, inventarnos a nosotros mismos sobre las ruinas de la pútrida sociedad que nos absorbe. Renacer como ave fenix de las cenizas del materilismo, de lo fásico, para que podamos sentirnos lo mejor posible antes de que todo verdaderamente llegue a su fin.

 

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