El director y escritor murciano Luis López Carrasco presentó en el Festival Internacional de Cine de Murcia (IBAFF) su primer largometraje en solitario. Rodado en un fin de semana, con actores no profesionales, diálogos improvisados y en 16mm; “El Futuro” es una parábola social con vocación de ‘rara avis’, enmarcada vagamente tras la victoria del PSOE en la elecciones de 1982, sobre el fracaso de la transición española a través de la juventud (la de los personajes, la de la nación tras el franquismo, o incluso la de los propios artífices del film, que pueden ver en esta generación el gérmen de los problemas modernos). En “El Futuro” los inconexos diálogos son silenciados por el estruendo visceral de algunos hitos del after-punk patrio (Parálisis Permanente, Ciudad Jardín o Flácidos Lunes) y  sus carencias técnicas o narrativas son tapadas por su radical propuesta.

 

Aunque la premisa de “El Futuro” es de lo más convencional, jóvenes que beben, se drogan y demás; lo cierto es que en este inclasificable film (que, como mínimo, es una rareza en el cine español) no importan los personajes (no hay un protagonista definido, ni conocemos verdaderamente a ninguno), ni la trama (de hecho no la hay), ni los diálogos (apenas escuchamos, entre la omnipresente música, unas artificiales conversaciones sobre sexo, política o ETA), ni la ambientación (hay diversos anacronismos), ni tampoco las interpretaciones (¿una punk que no se traga el humo?). Parece que la experimental elección estética, artística (entendiéndola como la relación entre la estética y el mensaje) y narrativa del film absorbe el concepto, y lo diluye haciendo difícil su comprensión para espectadores no concienciados en lo que van a ver.

 

Abundante en planos fijos y movimientos de cámara que buscan acercarse al estilo de una cinta casera, y con maneras de video-arte (sobre todo en su incómodo tramo final, repleto de ruido blanco y cortes rápidos), “El Futuro” va del mero video-clip de arte y ensayo al homenaje ‘almodovariano’, del pase de fotografías bizarro (a mitad del metraje se nos muestran viejas fotos familiares al ritmo de ‘Nuclear siempre’ de Aviadro Dro) al cine de protesta español de finales de los 70, de agresivas metáforas visuales (esos agujeros que perforan los fotogramas) a un desencantado retrato de la ‘movida’, de la alegoría social más ambiciosa al ‘found footage’ artificial; y todo sin a penas apartarse de ese triste guateque de reminiscencias surrealistas en el que no parecen tan obvias las aspiraciones de sus guionistas.

 

– Para buscadores de cine experimental, joven y radical, tan entrañable y loable como lleno de defectos.

– No pierdan el tiempo los que no puedan empatizar con el espíritu iconoclasta del cine menos convencional.