Tras una discreta carrera como actor secundario que lo había llevado a trabajar en producciones de la Troma (“Chopper Chicks in Zombietown” de Dan Hoskins, 1989), en telecomedias (“Al senador, ni caso”, 1992-95, protagonizada por John Ritter), con Steven Segal (“En tierra peligrosa”, 1994) o con Jim Jarmusch (“Dead Man”, 1995), Billy Bob Thornton logró juntar el dinero suficiente para completar este ambicioso y personalísimo proyecto basado en un cortometraje que había rodado dos años atrás. Una reflexión inteligente y sin sensacionalismos sobre el más sombrío ‘gótico americano’ sureño en forma de reposado y frío retrato psicológico de un pacífico hombre-niño en una América profunda, repleta de personajes marginales y ‘basura blanca’, que lo lleva a cometer un crimen atroz.
Después de muchos años internado en un hospital psiquiátrico, Karl Childers (Billy Bob Thornton en una esforzada y loable interpretación), un hombre con retraso mental que asesinó a su madre y al amante de esta cuando solo tenía 12 años, es puesto en libertad y se ve obligado a buscarse la vida. Karl consigue trabajo arreglando motores y entabla una amistad con un niño (Lucas Black), pero las cosas se complicarán.
Thornton se rodeó de un reparto repleto de colegas (John Ritter, Robert Duvall, J.T. Walsh, Dwight Yoakan o el mismísimo Jim Jarmusch), de la cálida e inquietante partitura del famoso productor musical y cantautor canadiense Daniel Lanois y de la evocadora fotografía de Barry Markowitz, para construir calculada y descriptivamente esa atmósfera sureña claustrofóbica, primaria e intolerante en la que construye uno de los mejores ensayos cinematográficos sobre la inadaptación de los años 90.