El tercer largometraje de Hayao Miyazaki (tras las aventuras de Lupin en “El castillo de Cagliostro”, 1979, y la adaptación de su propio manga “Nausicaä del Valle del Viento”, 1984) se convirtió en la primera referencia del catálogo de los Estudios Ghibli e hizo de Miyazaki una de las grandes promesas de anime en Japón (antes del éxito mundial de su siguiente film: “Mi vecino Totoro”, 1988). El director y guionista japonés puso en funcionamiento toda su inventiva visual y argumental mezclando la literatura de aventuras (el nombre original del castillo, Laputa, proviene de “Los viajes de Gulliver” de Jonathan Swift) con sus habituales referencias a las leyendas religiosas y la estética que amalgama ciertas épocas y lugares de la historia europea; todo en un relato repleto de fantasía y acción (esas multitudinarias persecuciones imposibles que se habían convertido en una constante de su serie “Sherlock Holmes”, 1984-85).
Sheeta es una joven que posee una extraña piedra que parece esconder el secreto de Laputa, un castillo flotante construido por una ancestral y olvidada civilización. El gobierno y una serie de piratas aéreos persiguen a Sheeta para arrebatarle la piedra, pero un joven héroe casual, Pazu, ayudará a Sheeta a librarse de sus perseguidores y encontrar el Castillo en el Cielo, en el cual se esconden misterios que nunca habrían imaginado.
Miyazaki vuelve a demostrar su amor por la aeronáutica (y lo haría numerosas veces después, con “Porco Rosso”, 1992, “El castillo ambulante”, 2004, o su despedida del cine: “El viento se levanta”, 2013) en esta joya de la animación tradicional que ya contaba con una hermosa partitura de Joe Hisaishi (compositor fetiche de Miyazaki). Perfección técnica y artística (aunque sus animadores aún estaban muy apegados a la fórmula de las series de los 70) durante dos horas de entretenimiento de primera y complejidad temática.