El director canadiense David Cronenberg (que venía de ser uno de los más reputados, e insanos, artesanos de la serie B de terror de los 70 y se estaba convirtiendo en un director de culto gracias a films como “Scanners”, 1981, o “Videodrome”, 1983) se unió a Stephen King (que ya era uno de los escritores más rentables del mundo) y el resultado fue esta historia que mezcla terror, fantasía y cine criminal con espíritu sórdido y trágico. Los resortes del futuro, la predestinación y la imposibilidad o no de cambiar el destino son los elementos con los que Cronenberg (y el guionista Jeffrey Boam, autor de otras joyas de los 80 como “El chip prodigioso”, Joe Dante, 1987; “Jóvenes Ocultos”, Joel Schumacher, 1987; o “Indiana Jones y la última cruzada”, Steven Spielberg, 1989) teje un relato que le sirve para abordar sus temas más recurrentes (la evolución o mutación del hombre, el poder de las grandes instituciones, o el aislamiento mental).
Johnny Smith (Christopher Walken) es un maestro de Castle Rock que un día tiene un accidente y cae en coma durante 5 años. Al trauma se suma que su novia se ha casado con otra persona y, sobre todo, que ahora, cuando toca a alguien tiene visiones sobre la vida de esa persona. El sheriff de la ciudad (Tom Skerritt) le pide que use sus poderes para atrapar a un asesino en serie.
Un excelente Christopher Walken protagoniza esta joya del cine sobre videntes que desarrolla cierta crítica a la corrupción política y compone un complejo retrato psicológico con acertado dramatismo y tensión. Una joya del cine atmosférico, frío y pesimista, en la que de nuevo la ‘diferencia’ convierte al ‘héroe’ en un atormentado bicho raro apartado de la sociedad; en la que a pesar de su factura de telefilm barato (era el debut de Cronenberg en EE.UU. y aún no se confiaba en su tirón tanto como con el éxito de “La Mosca”, 1986) y cierta torpeza argumental podemos dejarnos llevar perfectamente por las peripecias existenciales y criminales de Johnny Smith siempre que no tengamos esos prejuicios tan ‘modernos’ al ‘cine cutre’.