La única incursión en el cine (como guionista) del famoso escritor e ilustrador de libros infantiles Dr. Seuss (autor de “¡Cómo el Grinch robó la Navidad!”) es una divertida y excéntrica muestra de cine familiar bizarro y chillón, hecho a base de colorido cartón piedra y una imaginación desbordante; con la que el competente artesano Roy Rowland (“El sol sale mañana”, 1945, “¡Viva Las Vegas!”, 1956, o “Tormenta sobre el Pacífico”, 1966) consiguió una joya diferente e imperecedera del cine para todos los públicos. Delirio technicolor en el que la fantasía y las alucinaciones se unen a los miedos y las ansiedades de la infancia para crear una película de culto (con influencias obvias en el universo de Tim Burton por ejemplo) por todo lo alto con un villano memorable y una alocada trama surrealista que aún hoy día sigue manteniendo la magia y el encanto de entonces.
El Dr. Terwilliker (Hans Conried) es un profesor de piano inquisitorial y estricto. Bart (Tommy Rettig), uno de sus alumnos, sueña que el malvado doctor lo tiene encerrado junto a 499 niños para tocar un piano gigante. El único que podrá ayudarlo es un intrépido fontanero (Peter Lind Hayes).
Tras el enorme éxito del corto animado “Gerald McBoing-Boing” (Robert Cannon, 1950), basado en una historia del Dr. Seuss, este confeccionó un guión cargado de canciones y con reminiscencias de la aún reciente II Guerra Mundial; haciendo de su diabólico villano un trasunto extravagante de Hitler o Mussolini con el que reflexionar sobre la egomanía y la instrumentalización de la humanidad. Las aspiraciones conceptuales de “Los 5.000 dedos del Dr. T” y su original propuesta estética y musical no gustaron al público de los 50, que condenaron al olvido a este onírico ‘tour de force’ audiovisual. Pero las mismas razones (su siniestro trasfondo o su impresionante diseño artístico) terminaron por convertirla en una película de culto adorada por el público moderno. Surrealista, psicodélica y alucinada demostración de que el cine infantil no tiene porqué ser una retahíla de tópicos facilones que tratan a los niños como si fuesen tontos.