Condenada desde antes de su estreno a convertirse en una segundona dentro la extensa y magnífica filmografía de Martin Scorsese, lo cierto es que “La invención de Hugo” es una de las mejores películas de aventuras para toda la familia del siglo XXI; un prodigioso ejercicio técnico que aprovecha al máximo las posibilidades del 3D y que en ocasiones parece dejar de lado el argumento para erigirse en puro ejercicio estético. Y es que su argumento es un tanto previsible y estereotipado, aunque por suerte su historia de ‘niño-desamparado-que-descubre-que-es-mucho-más-de-lo-que-cree’ tiene esta vez el cine como trasfondo. Un guión del competente John Logan (“Gladiator”, 2000, de Ridley Scott, “Rango” de Gore Verbinski, 2011, o “Skyfall” de Sam Mendes, 2012) que hace del cine, sus orígenes y su magia, su razón de ser; recorriendo lugares, géneros, intenciones y personajes icónicos del Séptimo Arte.
En el París de los años 30, Hugo (Asa Butterfield) es un niño que, tras morir sus padres, comienza a vivir con su tío en las entrañas de una estación de ferrocarril. Su tío lo enseña a moverse por pasadizos para ir dando cuerda y manteniendo los relojes de la estación; y cuando este desaparece, Hugo comienza a hacerse cargo de este trabajo el solo.
Fantasía desbordante a base de autómatas, mitos del cine resucitados, efectos especiales primigenios, historias de amor e iniciación, aventuras trepidantes, perfección técnico-artística (el siempre espectacular Robert Richardson logró su tercer Oscar tras “JFK”, 1992, de Oliver Stone y “El aviador”, 2004, de Martin Scorsese) y virtuosismo cinematográfico en cada plano, encuadre o movimiento de cámara (como era de esperar) impulsan esta reinterpretación mágica del nacimiento del arte cinematográfico que se sirve de personajes reales (Django Reinhardt, Salvador Dalí o el propio Georges Méliès, auténtico protagonista del film) para confeccionar un universo luminoso e idealizado. Un tributo al cine que perdurará y se revalorizará con el tiempo, hasta situarse en el lugar que se merece; una gran manera de pasar dos horas.