Tras casi una década en la que solo había dirigido un bodrio al servicio de Madonna (“Barridos por la marea”, 2002) y un interesante drama criminal (“Revolver”, 2005), Guy Ritchie volvió por los desenfadados fueros de “Lock & Stock” (1998) y “Snatch. Cerdos y diamantes” (2000) con este fresco y trepidante film de acción postmoderna que demostraba que la fórmula tarantiniana tan explotada a finales de los 90 (cine criminal con toques de comedia cargado de personajes, situaciones llamativas y diálogos chispeantes) aún podía dar entretenimientos de primera. Ritchie recicla en “RocknRolla” el espíritu de sus primeros films adaptando sus enrevesadas tramas barriobajeras, su ritmo vertiginoso y sus rimbombantes discursos (aunque un tanto vacíos) a los hábitos de consumo del siglo XXI, construyendo una pieza maestra de cine de usar y tirar; tan estimulante e intensa como fácil de digerir y olvidar.
El film se vertebra a partir de un negocio multimillonario con el que un mafioso ruso (Karel Roden) pretende comprar terrenos londinenses. De la operación se ocuparán Lenny Cole (Tom Wilkinson) y su secuaz Archy (Mark Strong); tendrán que ‘untar’ a un concejal (Jimi Mistry) para conseguir los permisos. Pero el dinero con el que pretenden comprar al concejal es muy atractivo y la contable del mafiso (Thadie Newton) contratará a unos delincuentes para que intercepten la entrega.
Aunque no estemos frente a una obra maestra hay muchas cosas que la han convertido en un film de culto, simpático y macarra, entre los espectadores más jóvenes: a esa actitud de ‘rapero megalómano y decadente’ de Johnny Quid, su humor negro, sus vibrantes escenas de acción (no obstante está producida por el gurú de la adrenalina Joel Silver) y su cuidada banda sonora (con temas de The Clash, Lou Reed o The Hives); tenemos que añadirle un reparto liderado por Gerard Butler en el que encontramos a Tom Hardy (en un divertido rol), Idris Elba, Jeremy Piven o Gemma Arterton).