El legendario realizador americano John Ford (“Las uvas de la ira”, 1940, “Centauros del desierto”, 1956, o “El hombre que mató a Liberty Valance”, 1962) se tomó un descanso entre las dos primeras entregas de su ‘Trilogía de la Caballería’ (“Fort Apache”, 1948, “La legión invencible”, 1949, y “Río Grande”, 1950) para dirigir su particular visión de lo que es un film navideño. Con la complicidad de sus impagables actores habituales John Ford volvió a abordar una historia que ya había rodado 30 años antes (dedicando el film a Harry Carey, protagonista de aquella y padre de uno de los actores de esta); una alegoría de los ‘Tres Reyes Magos’ con forma de western dramático bienintencionado (basado en un relato de Peter B. Kyne) y que, pese a no contar con el prestigio de otros films del director, en el encontramos muchas de las grandes virtudes de John Ford, así como casi todos sus clichés temáticos y narrativos (sus prototípicos, pero carismáticos, protagonistas o ese perfectamente dosificado sentido del humor).
Tras robar un banco en Arizona, Robert (John Wayne), Pete (Pedro Armendáriz) y William (Harry Carey Jr.) se ven obligados a internarse en el desierto perseguidos por el sheriff Buck Sweet (Ward Bond). Allí, tras una tormenta de arena, encuentran a una mujer a punto de dar a luz (Mildred Natwick); la cual muere después de que los tres bandidos la ayuden a tener un niño.
Los valores y la estética del cine clásico del oeste, con sus forajidos de buen corazón y sus áridos paisajes, encajas perfectamente con esta historia, de reminiscencias bíblicas, de redención a través de la llegada de una nueva vida (en un argumento que parece recoger el espíritu del cine de Frank Capra); demostrando una vez más, no solo la gran sabiduría y profesionalidad de Ford en cuestiones de puesta en escena y narración, sino también el insobornable compromiso del director de “La diligencia” (1939) con el western y con las infinitas posibilidades de este género. Un film que, a pesar de cierto tono moralista (que parece inevitable en el cine ‘navideño’), consigue dejarnos un muy buen sabor de boca.