Para quien se haya dedica durante los años 80 a devorar cine de ciencia-ficción, sobre todo en formato Serie B, se dará cuenta del gran favor que todo el cine fantástico debe a la trilogía de ‘Mad Max’. Si bien no tanto a la primera parte (1979) como a la segunda (1981) y a la tercera (1985), en la segunda parte de esta obra maestra parida por George Miller se hacía una especie de boceto de lo que sería la mas monumental “Mad Max: mas allá de la cúpula del trueno”. George Miller y Terry Hayes crearon todo un mundo post-apocalíptico sobre la base del origen de las civilizaciones, jugaron con el mito del elegido mucho antes de “Matrix” y contruyeron una estética (a medio camino entre Terry Gilliam y Abbas Kiarostami) que ha perdurado en simples imitaciones (¿era en “America 3000” en la que un gorila antropomórfico empezaba una fructífera relación con un radicassette de esos gigantes de los 80?) o en dignas traslaciones (¿por que no? “El ejercito de las tinieblas”, ¿el ultimo gran Raimi? ). Como cinéfilo ochentero (en los 70 aun no tuve excesivo tiempo de fijarme en el cine) jamás veré a un niño afrontando hazañas adultas sin acordarme del guerrero que acompaña a Mel Gibson (que, por otro lado me parece un reaccionario de tomo y lomo, que no sé si este tipo ha cambiado con el tiempo o siempre ha considerado que: “Que se jodan los gays, el culo esta hecho solo para cagar”, sin comentarios), ese pequeño rubiales con cara de valiente bélico y mofletes de barriguitas, esa cúpula del trueno, guiño al “El Planeta de los Simios” (otro protagonista reaccionario, joder), el blastermaster, las necesarias escenas de vehículos (aunque hasta habrían sido prescindibles en esta ultima parte) y todos esos detalles que se han quedado grabados en nuestros cerebros adolescente.
26 November, 2004