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42nd Street Forever VOLUME 2El parpadeo de unos neones al final del camino me avisa de que estoy llegando a la civilización, el cielo está despejado, una fina brisa mece los enormes pinos y pienso cuanto tiempo tendré hasta que descubran mi coche en la cuneta y vengan a por mi. Me detengo un momento para coger aliento, me alcanzaron en el tiroteo y creo que voy a tener que hacerme un torniquete. Mientras rasgo una vieja camiseta con la cara de Sonny Chiba voy uniendo cabos.

El cine parecía responder a una sencilla fórmula, Chaplin decía que sólo necesitaba un parque, un policía y una chica guapa para hacer una película (un lugar, un obstáculo y un objetivo), Godard lo reducía a dos elementos, una chica y una pistola (aunque desde luego jugaba con los elementos implícitos). El cine clásico, los grandes estudios creyeron encontrar la clave en unas cuantas reglas básicas, en unos axiomas, y de ellos extrajeron todo un catálogo de teoremas. Los axiomas vendrían a ser que siempre tenía que haber un romance, que una película tiene que tener presentación, nudo y desenlace, y unos pocos más. De ellos se deducían ciertos teoremas, cuya verdad no era tan evidente, como que el bueno siempre tenía que acabar con la chica, o que el climax final tenía que superar en intensidad a lo que habíamos visto antes. Se edificó una industria resplandeciente sobre unas cuantas premisas en apariencia indubitables, tanto éxito tuvo que en la época de la reproductibilidad técnica otras industrias afines también se apuntaron al método axiomático.

Necesito ir a la parte baja de la ciudad, al Alamo Drafthouse original, así que me pongo en camino, la pierna me duele pero aguantaré. Cada coche que aparece, cada ruido a mi espalda pienso que son ellos que me han dado caza, como a Robert Redford en “La Jauría Humana”. Tengo sangre sobre el zapato, se me desliza por la pierna en cantidades preocupantes, pero ya estoy aquí, en la puerta unos tipos discuten sobre por qué Robert deNiro no mata al ciervo cuando vuelve del vietnam en “El Cazador”, me encantaría quedarme y sacar el arma, pero estoy más seguro dentro.

La serie B, el cine de explotación o el porno demostraron poco a poco las inconsistencias de las que sufría el cine comercial al uso. Gente como Ulmer (en el seno de los grandes estudios) o Corman (con su propio estudio independiente) demostraron que no se necesitaban grandes presupuestos ni grandes estrellas para que una película tuviese calidad o incluso fuese rentable en taquilla. Así como unos matemáticos del siglo XIX (particularmente Gauss, Bolyai, Lobachevsky y Riemann) demostraron la imposibilidad de deducir el axioma de las paralelas (dada una recta ‘r’ y un punto ‘P’ externo a ella, hay una y sólo una recta que pasa por ‘P’ que no intersecta a ‘r’, y esa recta es una paralela) y con ello demostraron que podían construirse nuevos sistemas geométricos utilizando cierto número de axiomas distintos de los euclídeos e incluso incompatibles con éstos; el cine independiente, de monstruos, underground o simplemente bizarro demostraron que había lugar para otros mundos, para unas nuevas reglas.

Así como Gödel puso patas arriba la consistencia de la lógica superando en importancia a otros nombres célebres como Russell (y su paradoja de la teoría de conjuntos) o Hilbert (y sus requisito de completitud). Tarantino apareció un día, con su bolsa llena de aquellos nuevos axiomas y los puso a la altura de los originales, se erigió como adalid de los subgéneros, la independencia y la explotation, por delante de veteranos como John Carpenter (animal de la serie B y la revisitación de las normas clásicas) o John Cassavetes (pionero en el cine independiente tal y como lo conocemos hoy día). Pero Gödel no fue simplemente un destructor, trajo bajo el brazo lo que se llamó “la prueba de Gödel”, mediante la cual realizaba una aritmetización de la sintaxis (la negación era 1, la disyunción 2, la implicación 3, p era 12, q 15, y así sucesivamente), para convertir cualquier proposición en una fórmula, y como resultante: un número).

Y esa es también mi creación, un método para poder cuantificar el valor de verdad de una película a partir de sus componentes, asignando valores numéricos, al margen de axiomas de una u otra índole. Me siento cerca de la pantalla, en la tercera fila, no hay mucha gente, me sorprende ver a un joven con una camiseta de Alvaro Vitali (el popular Jaimito de las comedias italianas de los 70). Me aprieto el torniquete, miro hacia atrás y me relajo mientras a mi izquierda, al otro lado del pasillo, hablan de “el nuevo Sylvester Stallone”. La proyección va a empezar.

 

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