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No es que sea su mejor película, pero es que la marca de la casa Lynch ya se está conviertiendo en clásica, ese surrealismo onírico unido a una sociedad que no sabe si va o si viene de un estado calmado de conciencia provocado por una extrañeza aplicable a cualquier clase social, es ya la piedra angular de la filmografía del rockabilly de las sensaciones.

Que “Mulholland Drive” es “Short Cuts” realizada por un Buñuel californiano es decir bastante de este último capítulo en el camino de David Lynch. Las huellas de la televisión se le clavan por todo el metraje, impidiendo no pensar en que iba a ser (o podía haber sido) el episodio piloto de una serie catódica, sobre todo al pensar a donde habrían ido a parar los personajes al acabar la película, qué les pasaría después o al compararla con la odisea del agente Cooper. El puzzle que construye el director está muy por encima de los actores (pero es que no necesitan más, y yo no soy de los que dicen que Naomi Watts o Laura Helena Harring son un descubrimiento, pues no veo en ellas ni a grandes actrices en potencia, por cierto ¿recordáis a la morenita en “Lambada, el baile prohibido”, je, je), que, al igual que pasaba en “Twin Peaks”, basta que estén correctos, pues el texto hace todo lo demás. Y es que, es “Mulholland Drive” un “Twin Peaks” más urbano y cosmopolita. Y como consecuencia de estar más enmarcado en la ciudad se convierte en más surrealista. La ciudad es base de la locura, el estress y la insania, así lo que en una pequeña ciudad de la frontera con Canadá eran insinuaciones surrealistas, aquí, en una urbe por excelencia como es Los Angeles, son explosiones oníricas en toda regla (genial el episodio del tipo que le cuenta un sueño a un amigo, en una cafetería).

No cabe duda de que después de “Una historia verdadera”, David Lynch necesitaba volver a tener entre las manos material ambiguo y volatil, simbología metafórica y sexo llamativo (ésta y “Lazos ardientes” se llevan cierto premio que mi entrepierna concede a cierta actuación). Bocados de realidad es lo que nos ofrece en este film. Bocados de realidad bañados por la idiosincracia yanqui de las grandes ciudades, aliñados por la sensibilidad fronteriza de David Lynch, y servidos con guarnición de realidades alteradas al estilo del chef Buñuel.

 

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