Alguien me taladra la cabeza, dándoselas de entendido, está sentado frente a mi, lo miro y me viene en mente que mi sonrisa ya no engaña a nadie, pero sigue contándome que la reflexión de “Cosas que no se olvidan” (Todd Solondz, 2000) con respecto a la creación, al acto de parir una obra, es mucho más madura y adulta (cuando utiliza esos adjetivos me dan ganas de estrangularlo) que la de “Obaba” (Montxo Armendáriz, 2005), a la que le sobraría toda la parte que Armendáriz inventó al margen del libro de Bernardo Atxaga. A mi tampoco me gustó esa parte, y más a sabiendas de que se le da mucha importancia en la película (lo que delata la trascendencia que se le pretendía exprimir), pero diría que la adoro sólo para joder a este tio, sigue y sigue hablando, yo me evado, me voy de la mano de Amanda Pays a las profundidades marinas o … (¿“Trans gen: los genes de la muerte”, Stephen Carpenter, 1987, no tenía nada que ver con los hermanos Band?, vivir para ver).
Mientras mi desaforada compañía dilapida saliva sobre los dos Montxos, dice (el rural y el urbano), yo veo a Jenny Wright de groupie o a Cassandra Peterson de putón, pasan flotando frente a mi y me saludan, creo que llevo demasiado tiempo sin follar. “Gwendoline” (Just Jaeckin, 1983), “Tigra hielo y fuego” (Ralph Bakshi, también 1983) y “Hundra” (Matt Cimber, si, de nuevo 1983) saltan en tanga de cuero tratando de recuperar el trono que Sheena (cualquiera de las tres, aunque me quedo con Tanya Roberts, no tan lesbica como Lucy Lawless ni tan ingenua como Irish McCalla) les ha levantado, me ha parecido ver algún pezón, pero será cosa de mi demencial estado de excitación, ¿no sería Sandhal Bergman la reina de todas?, yo sólo pregunto.
No sé si ha cambiado de tema o simplemente ha enlazado a Montxo Armendáriz con Antonio Giménez Rico, “creo que está subestimado” dice, creo que voy a vomitar, será algo que he comido, menos mal que siempre estarán aqui conmigo (según las premisas marcadas por el Dr. Manhattan ) Jennifer Jason Leight montándoselo con Rutger Hauer al calor de una hoguera de boy scouts medievales o en remojo; o la Deborah Harry de “Videodrome” (David Cronenberg, no pregunte, si, 1983, ese debió ser mi año). Intento separar mi pasión por el cine y mi pasión por el sexo en dos pasiones distintas, pero me parece que es una empresa inane, me parece que son una, me encantaba “Star Wars” y habría vendido mi viscosa alma adolescente por ver las tetas de Carrie Fisher (aún se me erizan los pelos de la espalda); aún vendería mi alma por vivir la vida de Russ Meyer; y, por supuesto que me he masturbado con la escena final de “Alien” (Ridley Scott, 1979).
“Si, si, yo me trago la tertulia del Garci enterica, hasta cuando salen las letras y siguen hablando, me encanta”, ¡pero bueno!, ¿qué manera de hablar es esa? y en mi presencia, lo interrumpo como si sus palabras rezasen una apología hitleriana y me dirijo a la salida del bar, ya no puede uno tomarse una cervecilla tranquilo, sin que alguien tenga que dorarle la píldora al Garci, pero ¿dónde vamos a llegar?, ¿dónde han quedado los borrachos que hablaban de sexo babosamente?, ahora todos me vienen con Jodorowski, Ingmar Bergman, Hal Hartley y Neil LaBute, menos mal que mientras Christina Ricci y Asia Argento sigan haciendo cine, a mi me encantará el 7º arte, mientras Thora Birch y Heather Graham quieran hacer cine, yo seguiré queriéndoselo hacer a ellas.