Y no es porque le guste a Tarantino, ni tampoco porque George W. Bush estuviese orgulloso de alguna de sus películas, ni porque sea un impasible entre impasibles y vivamos tiempos de afectados cantamañanas, más bien es por reivindicar que el cine está hecho de fórmulas, de prototipos y de estructuras preconcebidas. Bronson, tal vez no nos mostró con sus interpretaciones los más recónditos rincones del pensamiento humano, los más complejos mecanismos de razón y sentimientos, no era Max Von Sydow, ni Marlon Brando, pero que duda cabe de que hizo su papel, me regaló (y sigue haciéndolo) decenas de momentos de (más o menos) violencia, esa violencia tan malinterpretada, tan repudiada y tan omnipresente.
Para los años 70, Bronson ya era una estrella, a finales de la década anterior se había casado con Jill Ireland (como él, había pasado por la televisión y por la serie B), actriz inglesa a la que debió conocer en el rodaje de “Villa Rides” (Buzz Kulik, 1968) y que se fijó en la impertérrita cara de Bronson; aunque también estaban por allí las fachas de Robert Mitchum o Yul Brynner. Charles Bronson era ya un habitual del cine europeo, no abandonaba los géneros que tantas alegrías le habían dado, pero a este lado del atlántico: “Bajo cualquier bandera” (1970, de Peter Collison, el de “Italian Job”, 1969, o “La escalera de caracol”, 1975) con Tony Curtis era un buen ejemplo de ésto. Con Ireland estuvo en “Ciudad violenta” (1970, Sergio Sollima, guionista de peplums cuyas cumbres en la dirección están en el cultivo de la serie B italiana sobre detectives y agentes secretos y en la serie televisiva “Sandokán”), “Alguien detrás de la puerta” (1971, Nicolas Gessner), “Los caballos de Valdez” (1973, que codirigieron John Sturges y Duilio Coletti dos veteranos con western a las espaldas, que además representaban el cine del oeste clásico y el spaghetti western), “El luchador” (1975, debut de un prometedor Walter Hill, que luego nos dio alegrías como “The Warriors”, “La presa”, “Traición sin límites” y todo lo que hizo hasta aproximadamente “Johnny el guapo”, pero, como muchos de los que cultivan su género, la sombra de lo reaccionario lo oscureció, al menos no tanto como a John Milius) o “Amor y balas” (1979, de otra figura prometedora, Stuart Rosenberg), ella era rubia de de pechos generosos y él rudo aparentemente con la sensibilidad de un témpano, ciertamente tenían química.
En “Los compañeros del diablo”, 1970 y “Los secretos de la Cosa Nostra”, 1972, ambas de Terence Young (el director de “007 contra el Dr. No” o “Desde Rusia con amor”); en “El mecánico”, 1972, “Chato, el apache”, 1972, o “America violenta”, 1973, las tres de Michael Winner, no abandonaba su rol de tipo de moral indeleble y sentido de la justicia idiosincrásicamente intransferible, sea Mr. Mayestik para Richard Fleischer o Will Bill Hickok para J. Lee Thompson (otro de sus habituales, “El temerario Ives” de 1976, es una de las mejores muestras de esta etapa), Bronson fue fundamental para las carreras de ciertos directores, que luego, sin su poderosa figura se vieron abandonados a la deriva. Y entre muestras de excelente cine policiaco a cargo del normalmente inspirado Don Siegel (“Teléfono”, 1977) y de western de actitudes cómicas (“Sucedió entre las 12 y las 3”, Frank D. Gilroy, 1976), podemos encontrar en los 70 el nacimiento de un personaje que daría mucho de qué hablar: Paul Kersey era un respetable arquitecto cuando unos punkis sin piedad asesinaron a su mujer, la ineptitud de la policía obliga al pacífico Charles a convertirse en juez, jurado y ejecutor en “El justiciero de la ciudad”, dirigida por Michael Winner en 1974.
Los 80 estarían alineados bajo la sombra alargada de Paul Kersey. Michael Winner repetiría en 1982 con “Yo soy la justicia” (“Death wish II”), esta vez los punkis de turno matan a su hija, y el bueno de Paul no puede más que ponerse manos a la obra y patrullar la ciudad el solito, bueno, con la compañía de Jill Ireland, eso si. Y también estaba Michael Winner tras “El justiciero de la noche” (“Death wish III”, donde debutó el Bill del dúo adolescente de ascenso y caída fugaz Bill & Ted; Ted era Keanu Reeves, Alex Winter) en 1985, donde de regreso a Nueva York, Paul Kersey ha de enfrentarse al asesinato de un viejo amigo, el peor barrio de la Gran Manzana se convertirá en una balsa de aceite cuando la enorme pistola de vengador dispare en plena cara o por la espalda (la escena en que Kersey dispara a un ladrón que corre con un bolso robado por la espalda y tras matarlo todo el mundo se asoma por las ventanas y lo vitorean está marcada en mi retina a fuego, entiendo que la gente pueda llamar a esto argumento fascistoide, a mi, además me divierte), da igual mientras aciertes al malvado. Un viejo conocido cogió las riendas de la saga, en “Yo soy la justicia II” (“Death Wish 4: The Crackdown”, 1987) J. Lee Thompson movió los hilos para que Paul Kersey se enfrentara a todo un cartel de tráfico de drogas en Los Angeles. Jack Lee Thompson dirigió a Bronson en “Caboblanco”, 1980, con Fernando Rey, “Al filo de la medianoche”, 1983, “Justicia salvaje”, 1984, “La ley de Murphy”, 1986, “Mensajero de la muerte”, 1988 y “Kinjite (prohibido en occidente)”, 1989, sin duda fue su máximo defensor en los 80, y no falta quien considera a esta tanda de películas como el no va más del cine de Bronson, el cine de Bronson como género, como policía o como criminal, nunca empatizabas totalmente con él, pero tampoco te dejaba odiarlo por completo, las estanterías de los videoclubs de los 80 le deben mucho. Falsas acusaciones, crímenes perfectos, huidas desesperadas, armas de calibre considerable, traiciones y venganzas, eso es lo que nos daban el tándem Bronson-Thompson, esposado a una criminal que él mismo a detenido en una huida contrarreloj o husmeando en la escena de un crimen, donde algun viejo amigo suyo descansa en paz. Jill Ireland moriría en 1990 a causa de un cáncer, y para éste no había venganza posible.
Aún existió una quinta parte de las aventuras (por llamarlo de alguna manera) de Paul Kersey, “Death wish V: the face of death” (que aquí se llamó algo así como “El regreso del justiciero”), que en 1994 nos devolvió a un Bronson de 73 años explicándoselo a la mafia, con la cual tiene problemas su prometida (Lesley-Anne Down debía tener como mínimo 30 años menos que Charles, pero la verosimilitud no era lo más importante a estas alturas). Y así, transcurrieron los 90 para el viejo Bronson (que, por cierto volvió a casarse en 1998 con Kim Weeks de 36 años y, como no, actriz de serie B, a la que podemos ver fugazmente en “Ejecutor” de John Irvin con Schwarzenegger o la psicotrónica “Traxx” de Jerome Gary), un pequeño papel de padre de Viggo Mortensen y David Morse en “Extraño vínculo de sangre”, 1991 (la primera, y más que apreciable, película de Sean Penn como director) como más destacable actuación; y algunos telefilmes para la televisión canadiense (con la trilogía “Family of Cops”, acompañado de Kim Weeks, cerró su filmografía en 1999) fueron sus últimos estertores, en el 2003 moría víctima de una neumonía, dejando 6 hijos, algún que otro nieto y millones de seguidores por todo el mundo. Polémicas a parte, la violencia reaccionaria y gratuita no significa más que una vuelta de turca a lo que el público quería ver, La Novia de “Kill Bill”, como Paul Kersey, también buscaba venganza, una venganza bañada en sangre y muerte, pero una venganza cinematográfica, después de todo.