Recuerdo los tiempos mejores en los que las campañas publicitarias perpetradas por Canal + no eran un producto de desecho que da ponzoñosa vergüenza exhibir (y, por extensión vender). Recuerdo los tiempos en los que el susodicho Canal +, era un canal de estrenos, y no en lo que progresivamente se ha convertido, para regocijo de los críticos televisivos (que increiblemente no han puesto el grito en el cielo con toda esta farsa de Digital +), tiempos en los que noches dedicadas a Tim Burton (con la emisión, incluso, de “Frankewennie” o “Vincent”), Sam Raimi (con nada menos que la memorable “Crimewave. Ola de crímenes, ola de risas”, “Darkman” y “Posesión infernal”, ¿pero cuando ha olido una noche así algún canal actual?) o Hal Hartley (cuando aún era un prometedor independiente, y cuando aún ser independiente significaba algo) se proclamaban como reinas de la calidad televisiva por encima de la media. ¿Qué cadena es capaz de programar “My own private Idaho” (la única película de Reeves en la que tiene un texto digno, ésto último para no ofender a “Las amistades peligrosas”, arriba Frears), en preestreno con las salas comerciales, y “Drusgtore Cowboy” (la cumbre de Matt Dillon y también de Gus Van Sant, por mucho que le pese a las jodidas cowboys) y quedarse tan panchos? Ninguna después de la conversión de Canal +.

Pero si el otro día haciendo zapping me encontré con Bruce Willis despidiéndose paternalmente de Ben Affleck en pleno Canal +. Y es que al principio nos endosaron cine ya estrenado bajo la etiqueta de Colección Canal + (que en principio tenía calidad pero luego se enmoheció con bodrios del tipo “Pretty woman”, escupida ya por todas las cadenas) y poco a poco, un canal que prometía, en principio, un estreno por día, se ha convertido en un canal que ofrece la revenida oferta cinematográfica habitual, y que, como en cualquier canal, el buen cine lo encuentras por casualidad. Definitivamente el rey ha muerto.