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Y precisamente (ahora que han estrenado “Como perder a un chico en 10 días”), el que posiblemente es el místico cinematográfico más vanguardista de la actualidad (más vanguardista que Shayamalan y más místico que Kaurismaki, o viceversa), ha decidido hacer las Américas.

Sus ansias de purificar (y no quiero pensar que lucrativas) el cine me conmueven en cierto modo (como conmueven a todo el que alguna vez ha abandonado alguna película por su artificialidad convencional), ese afán por que el mensaje nos sea dado mostrado por algo que interfiera lo menos posible en éste es digno de alabar. Y cruzar el charco para rodearse de Nicole Kidman (que no es para tanto), Chloe Sevigny (muy correcta hasta el momento), Philiph Baker Hall (en su segunda o tercera juventud artística), James Caan (al que ví el otro día en “El Dorado” de Hawks ), John Hurt (que perdido está este tipo) o el exibicionista de Jean-Marc Barr, parece (ha sabiendas d elas críticas en Cannes) no haber sido un error. Ambientando el film a modo del teatro televisivo ( que le viene como anillo al dogma ), “Dogville” (la primera parte de una supuesta trilogía estadounidense, cuya continuación ya tiene nombre: “Manderlay”) traza un argumento inspirado en el cine negro de los años 30, demostrando que el dogma es algo adaptable a todo tipo de contextos (y sobre todo contando con los presupuestos que cuenta el tipo este), aunque, suponemos, llevando a cabo algunas violaciones de las normas del Dogma, como ya hemos visto en sus “Los idiotas” o “Bailando en la oscuridad”.

 

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