Escribiendo el otro día sobre “Baby Doll” de Kazan noté algo erectil en mi entrepierna, esa blanquecina Carroll Baker chupándose el pulgar semidormida sobre una pequeña cuna me excitó, así que decidí tirar de videoteca erótica, y ¿qué me encontré? Sin comerlo ni beberlo (o tal vez comiéndolo un poco) terminé tragándome la última película de Pier Paolo Pasolini: “Salo o los 120 días de Sodoma” (realizada en 1975), film que da mil patadas con respecto a contenido cruel y despiadado a modernidades tipo “Fóllame” o “Romance X”, una auténtica colección de perversiones varias. Desde luego no es una película de excitación equiparable al del film de Kazan, la perturbación que causa “Saló” sólo puede ser comparada a la desazón que te aborda cuando lees las aberraciones relatadas por el Marqués de Sade (el film está libremente inspirado en este autor). Violaciones múltiples, torturas variadas, coprofagia, bestiliasmo (con animales), cópulas más allá de la cruel violación y vicios inconfesables, todo ello realizado sobre los príscilos cuerpos de 18 jóvenes retenidos a la fuerza por el régimen de Mussolinni.
Alberto Grimaldi se arriesgó (aunque Pasolini ya estaba suficientemente asentado) con este conglomerado de sangre, sexo y violencia contra natura que deja muy poco espacio para la esperanza. Cuatro hombres ideando toda clase de vejaciones sexuales para con unos adolescentes, aislados en una mansión del norte de Italia, y una madura prostituta como resorte de los fascistas, que entretiene a los desorientados púberes contándoles sus desaconsejables (o aconsejables, según con que rasero midas) experiencias (con dos variables a combinar: orificios y posiciones). El argumento daba para mucho en el imaginario personal de Pasolini, su cine se estaba agriando, y el Marqués de Sade vino como una refrescante lluvia ácida a la desesperación de Pier Paolo Pasolini. Quién sabe a que cotas de depravación podían haber llegado los argumentos del cine de Pasolini si no hubiera tropezado con su final en la playa de Ostia.