Por fin, el otro día pude ver el montaje final y, seguramente, definitivo de “Eva en la nube”, el film de Jorge Izquierdo que inaugura la prepúber (aunque espero que wellesiana, que no fordiana, en potencia) filmografía murciana. Un argumento a medio camino entre “Rashomon”, “Quadrophenia” y “El guateque” al servicio de un elenco de actores más ajustados a sus papeles de lo que cabría esperar (y es que, no lo puedo evitar, soy pesimista por naturaleza, pero me encanta sorprenderme), y de un equipo técnico con mucho que aprender (auque a ésto le pones el certificado de dogma antes de empezar la peli y se la traga el mismísimo Von Trier diciendo: “ummm, la luz me recuerda a un puticlub, me gusta”), siempre y cuando estén dispuestos.
El film se compone de seis episodios, cada uno correspondiente a uno de los colores del cubo de rubik (un matemático checo dicen en la película, lo habrán buscado en una enciclopedia), y entre el tercero y el cuarto una apología al cortometraje con forma de… (si, lo acertasteís, listorros) cortometraje. Un corto que (debido a su menor complejidad argumental y técnica) compite en calidad con su hermano mayor, atención a las interpretaciones que harán las delicias de los amantes de “Perros callejeros”, “El vaquilla” u otros ejemplos menos patrios. El cortometraje es oscuro y sucio, de temática explícitamente violenta, con personajes radicales y toscos en sus formas y maneras, precisamente por eso encaja tan bien dentro de la histora del largometraje, una historia de colorines y limpia como el prepucio de Legolas, en la que los personajes son refinados, e incluso repipis. Las actitudes que se muestran en el cortometraje sin tapujos son las que ocultan dentro de los personajes asistentes a la fiesta que da Eva en el largo y que, como todas las fiestas de película, tiene ciertas consecuencias fatídicas.
Así son los personajes de Eva en la nube, alguien podrá verlos como infantes atrapados en cuerpos de adultos, pero yo digo: “que cojones, ¿es que no somos todos niños atrapados en cuerpos de hombres?”, y que le den por culo a ese que ha contestado: “No, yo soy un hombre”. Lo que si son es gente hedonista, tan preocupada por el placer propio que pasan por encima de cualquiera (y, ahora que lo pienso, ¿no somos así todos?, vale, vale, no siempre). Tampoco hay que generalizar en demasía (aunque es el pan de cada día en los medios de comunicación… y en lo que no son los medios de comunicación), pues son seis los episodios que componen el film, seis episodios que relatan la misma acción desde seis puntos de vista distintos. Como en todos los films de episodios (y ya se que este no es un film de episodios al uso, como aquel tan cachondo de los siete pecados capitales) unos episodios superan en calidad a otros, unos resultan más vanos y con menos entidad que otros, incluso algunos que nacieron como base argumental de la película, al final pierden en la competición con otros en principio menores (pero sobre gustos no hay nada… que asco de refrán).
El film se salva dignamente por el lenguaje narrativo que consigue no dormir al espectador gracias a encuadres interesantes y movimientos de cámara modestos pero efectivos (y alejados del efectismo barato). Por lo demás, mucha suerte para este malintencionado vodevil ye-ye a ritmo de jazz y pop que tiene su puesta de largo el próximo día 13 de enero en el teatro Romea de Murcia.