Estamos de enhorabuena, se estrena este mes “Piratas del mar Caribe. La maldición de la Perla Negra”, una película genial (ufffff!!!) basada en… una jodida atracción de parque de… atracciones. Pero es que Disney no puede destinar el dinero de las horrendas películas que produce en más material para John Lasseter. Bueno, el caso es que esta bazofia, en la que por cierto está Johnny Depp (recolectando dinero, espero) y Orlando Bloom, me da pie para hablar de un objeto típico de los piratas: el parche, y de cuatro de los más grandes directores de cine de la historia.
Erase una vez un tipo que hacía películas del oeste (y de hacer películas se quedó tuerto, parece ser). Le dio al western todo lo que un género cinematográfico puede desear: grandes estrellas (ahí está el fascistoide John Wayne), grandes argumentos (“Centauros del desierto”,…), una estética propia y de calidad (esas llanuras rojas y esos atardeceres inolvidables) y una época dorada (la que coincidió con la época dorada de este director). John Ford Dirigió películas del oeste hasta su muerte y, paradógicamente, recibió 4 Oscars al mejor director por “El delator”, “Qué verde era mi valle”, “Las uvas de la ira” y “El hombre tranquilo”, ninguna de ellas western.
Raoul Walsh era viajero y cazador, un tipo de ciudad (de New York) que en una cacería trastabilló persiguiendo a un conejo (se puede estipular sobre qué clase de conejo) y se clavó un zarzal en la cara, una pua le atravesó el ojo. También gozó de actividad en el marco de las películas del oeste (a medias con Irving Cummings contó las aventuras, siempre falseadas hasta la extenuación, de Cisco Kid en “In old Arizona”), pero su mayor éxito fue dirigir a James Cagney en la gloriosa odisea del cine negro “Al rojo vivo”.
Representante de toda la oleada de inmigrantes que conviertieron a Hollywood en una extraordinaria acumulación de talentos, debido al enrarecido ambiente que se estaba formando en el viejo continente por culpa del nazismo. El austriaco Fritz Lang huyó de la Alemania nazi (donde lo habían puesto al frente del cine alemán) para realizar en Hollywood uno de los mejores alegatos antifascistas de la historia del cine “Furia”. Las dos carreras de Lang estuvieron trufadas de genialidades, en Alemania nos regaló obras tan perdurables como “Metrópolis” o “M”, en América podemos ver incluso westerns (“Encubridora”).
El último tuerto, nisiquiera era tuerto. El director de “Johnny Guitar” (de nuevo el western), Nicholas Ray despertó una mañana con una resaca espectacular después de una de esas consabidas orgías hollywoodienses y para sorpresa de sus compañeros llevaba el parche cambiado de ojo. Ese parche de pirata que llevaba era sólo para dar carisma a su figura de director (talante que demostró en films como “Rebelde sin causa”). Y así, me despido hasta que otro bodrio me de la oportunidad de hablar de algo que me guste verdaderamente.