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Un enorme rótulo luminoso se enciende en el lóbulo frontal de mi septicémica cabeza, un pus flourescente parpadea: “El sentido no existe más allá de tu propio esquema de pautas a seguir”, Dae-su Oh decide costruirse su propia realidad para huir de la verdad, del incesto, la venganza y un solitario camino hasta la muerte. “Ojos que no ven, corazón que no siente” dice la ciencia popular, todo el vendaval de sensaciones al límite que nos propone “Oldboy” (Chan-Wook Park, 2003) se calma con una mentira, o, mejor dicho, con la no explicitación de una verdad, la consciencia del acontecimiento en cuestión es lo que da entidad a ese acontecimiento en particular, yo creo mi mundo en virtud de lo que conozco y sé. Pero en la teoría es todo mucho más fácil que en la práctica.

Esa soledad que me susurra al oído incluso cuando estoy rodeado de gente es la soledad de el Sun-hwa de “Hierro 3” (Kim Ki-Duk, 2004) y la protagonista del segundo segmento de “Chunking express” (Wong Kar-Wai, 1994), esa soledad que llenan con trozos de otros, ocupando física y mentalmente las casas de desconocidos. Puede parecer un método un tanto desadaptativo, pero el cine oriental no es ajeno al hecho de que, efectivamente, si nos creamos una realidad propia, debido a que no existe una verdad absoluta y global, ésta realidad creada estará formada de retales de las realidades de los demás. Las realidades parciales brotan sin cesar de las mentes de las personas, algunas de ellas nos llegan por medio del arte, de la pintura, la literatura, el cine, … y a partir de éstas experiencias ajenas vamos ensartando nosotros las nuestras, “dadme un punto de apoyo y observaré el mundo” argumenta mi testa, dejo correr el tiempo sobre mi espalda en forma de agua que cae de la ducha, pienso en esas figuras pseudo-míticas del reciente cine oriental, el no estrictamente de terror.

Volviendo la vista atrás no sé si el cine me ha hecho bien o mal, me doy cuenta de que todo sigue sobre nenúfares, pierdo la mirada sobre el gotelé de la pared blanca, la paz espiritual conseguida en “Primavera, verano, otoño, invierno y… otra vez primavera” (Kim Ki-Duk, 2003) no resulta gratis, según esta filosofía del equilibrio, donde todo tiene su contrapunto y la pérdida se disuelve en el encuentro. Veíamos en “Samsara” (Nalin Pan, 2001) que no resulta fácil edificar un edificio propio, no resulta fácil decidir que deseos satisfacer, que deseos dejar que nos guíen, qué moral es la que entre todas las erróneas prefiero para mi. La elección, por lo tanto, nunca puede ser incorrecta, ni la prostitución (también muy recomendable “Samaritan girl”, Kim Ki-Duk, 2004) ni la drogadicción (excelente “Sons”, Zhang Yuan, 1996), todo dependerá de tus gustos sobre lo que ya está creado, sobre esas verdades parciales.

Volviendo en mi, me doy de bruces contra la realidad, ni teoría, ni cine, ni pseudointelectuales quejándose de la insoportable levedad del ser, la vida no es más que un soplo de aire fresco sobre la superficie de la muerte, y el cine oriental está empeñado en que nos demos cuenta de eso.

 

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