Como tanta y tanta gente, como miles de cretinos y de bellísimas personas, me encanta el cine y odio la política, nada personal pero me gusta que las historias me las cuenten bien. Ya no soy un jovenzuelo, y los de mi generación se están poniendo, a día de hoy, al mando de las corrientes cinematográficas (y de algunos otros manubrios no tan artísticos) actuales, éstos directores convierten (más o menos afortunadamente) sus influencias de la infancia y juventud en argumentos, métodos o simples guiños que particularizan lo que hacen, dan nueva vida a viejas series de televisión, canciones olvidadas o cómics de culto. Esas influencias, como coetáneo suyo que soy me tocan de cerca. “V de Vendetta”, la obra maestra que Alan Moore y David Lloyd publicaron en 1982, pertenece a ese imaginario personal del friki de los 80.
El director novel James McTeigue (ayudante de dirección en la trilogía de “Matrix”) dirige un film de acción, en él hay un antihéroe con máscara de teatro decimonónico, el cual coloca bombas en Londres, salva a una joven y tienen una extraña relación. No es un antihéroe al uso, puesto que es culto, lee a Yeats, recita obras dramáticas, maneja grandes computadores, y tiene confianza en la anarquía como método de revolución. No digo que el film cuyo guión han escrito a cuatro manos los hermanos Wachowski sea malo, obviamente no es un argumento que veamos todos los días, pero lo que diría principalmente es que no hay nada en la película digno de alabar, que no estuviese ya en el original literario (en la novela gráfica, vamos). Lo que si es digno de alabar (si acaso) es que se hable del terrorismo en los tiempos que corren, desde luego no podíamos estar toda la vida sin que saliese por la tele un edificio desmoronándose por miedo a ofender a las víctimas. Desde luego no soy de los que no quieren ofender a nadie (como el Estado), tampoco de los que ofenden por ofender (tampoco el Estado ofende porque si), normalmente solo ofendo por venganza (y no por un incremento económico), como V, el antihéroe que nos ocupa.
Alan Moore (y lo siento si me cuesta decir los Wachowski) introduce en este cuento moral futurista una duda en nuestros cerebros. Existe una estructura social y política, con gran cantidad de verdades inapelables; esa estructura, es obvio que no es perfecta, lo vemos día a día, una cierta cantidad de verdades inapelables serán por consiguiente mentiras, ¿por qué miente el Estado?, ¿tal vez por qué ellos son los que saben lo que nos conviene?, ¿por falta de modestia?, ¿tal vez por qué como cualquier ser humano quieren ganarse la vida y no tener que mendigar trabajo, y para ello pasarán (como haríamos nosotros) por encima de cualquiera aprovechando su cargo meramente representativo? Si la respuesta a la duda fuese que en realidad el Estado (los miembros humanos de éste se supone ¿no?) lo único que quiere es ganar dinero y tener a la gente tranquila para no estar obligados a inventar excusas ridículas mientras ellos conservan sus puestos de trabajo, aparecería otra pregunta: ¿qué tenemos derecho a hacer contra el Estado si esto pasa?
La complejidad está servida aunque en el film (a pesar de durar 132 minutos) desaparezcan algunas tramas secundarias, ya sólo falta que las cabezas de la gente se pongan a funcionar, que la capacidad crítica brote de cada una de las semillas que siembre V, aunque yo no soy muy positivo, recuerden mi generación, al final todo pasa por las grandes máquinas de masticar, ya sean las de la adaptación wachowskiana como las de los rodillos imparables de la maquinaria de Estado.