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Supongo que lo principal es tener siempre algo distinto en la cabeza, algo que en definitiva siempre es lo mismo (llamémoslo lo no fructífero) ese es el principal leit-motiv de mi desequilibrio. Si lograra centrarme en algo preciso, si lograra llegar a ser algo, en vez de un conglomerado de recortes de papel mojados dando volumen a mi materia gris. Sentir que no encajas en los corsés del mundo moderno es normal, le pasaba a Timothy Treadwell, le pasaba a Calvin mientras le contaba a Hobbes que ver “Camareras macizas caníbales desencadenadas” habría sido muy educativo, le pasaba a Doug McClure y, qué cojones me pasa a mi, y no por muy extendido que esté deja de hurgarme el tronco del encéfalo.

Harmony Korine es uno de esos personajes insólitos en el cine americano, su trayectoria se ha desarrollado bajo los auspicios del cine independiente, el pistoletazo de salida se situa cuando, con 19 años escribió el guión de “Kids”, el film de Larry Clark. Ni que decir tiene que Harmony estaba ciertamente relacionado con aquel ambiente (es amigo y colaborador de Jim Carroll, el autor de “Basketball diaries”) y, ni que decir tiene que la característica estelar de todas y cada una de las generaciones de jóvenes es la inadaptación. En 1997 dirigió “Gummo”, cuando el cine independiente ya no era más que gelatina marrón saliendo del culo de Sundance, “Gummo” brilló con luz propia en su retrato de la inadaptación en la persona colectiva de un pueblo de Ohio, y en la persona concreta de un chico conejo que no desentona del todo dentro de un desfile de paletos, exaltados, recogedores de gatos muertos, reprimidos y enfermos varios. Me miro las manos y los miles de poros que recorren el dorso; Primer punto: siempre he pensado que soy capaz de entender a cualquiera, no hay comportamiento que no piense que sus razones tendrá (sean estas más o menos descabelladas); Segundo punto: considero que, como yo, una cantidad incalculable de gente se siente igual; Conclusión: ¿por qué sigo sintiéndome como si nadie entendiese que la vida me pone una sonrisa en cara y vivirla me extraña la mirada?

Zelig escogió el truco del camaleón para evitar que su inadaptación saliese a flote, pero la dualidad (o multiplicidad) de opiniones contradictorias tampoco está bien visto, todos nos contradecimos, pero hay que mantener las formas, pensemos que vivimos sobre una gran roca, la nariz de Washington en Rushmore, por ejemplo, cuando, en realidad, vivimos sobre un trozo de corcho arañado. Si Zelig hubiese visto “Julien Donkey-Boy” (el segundo largo de Korine, 1999) no habría sabido en qué transformarse, se habría difuminado sin más. Las texturas con las que experimentaba en “Gummo” tienen ontología propia en este film dogma que, tiempo al tiempo, se convertirá en la más fiel representación de la esquizofrenia, sólo por la sorprendente actuación de Werner Herzog ya merece la pena. La deconstrucción derridiana y un cinema veritè apareado con los experimentos de Godard se dan la mano en un film inclasificable, como la propia especie humana (lo que tiene infinitas etiquetas es que no tiene ninguna, no nos engañemos).

Tanto Julien como Zelig tienen sus buenos momentos, se rien y son conscientes de lo genial que puede ser la vida algunas veces. Yo, por mi parte, me siento y espero la próxima de Harmony Korine, ese “Mr. Lonely” donde vuelve a contar con Werner Herzog entre personajes como Marilyn Monroe o Charles Chaplin. Sin duda la comprensión no es un factor necesario para vivir en este mundo, la autoconsciencia tampoco lo es, ni la coherencia, ni ninguna otra abstracción, hace ya tiempo que el hombre nace sin atributos, cada uno desarrolla los que su entorno y constitución personal le facilitan, luego se forman grupos de afines, y por último los grupos se pelean entre ellos, el inadaptado es el que, de momento, ha perdido la batalla, porque la guerra la vamos a perder todos.

 

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