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La primera vez que vi “El buscavidas” (Robert Rossen, 1961), a los 14 años, me parecio una historia bastante terrible, en mi mente se grabó la tristeza por la muerte de Piper Laurie (cuya muerte me alivió en “Carrie”), la maldad de George C. Scott y la heroicidad de Paul Newman. La segunda vez que la vi debía tener 18 años, Entonces Eddie Felson me caló como ídolo a imitar, no como cuando llegas y dices a tus colegas que quieres follarte a tantas tías como Robert Evans, más bien un icono personal, el que puede sobrevivir, no exento de amarguras (pero, ¿quien puede evitarlas?), en la jungla de la sociedad sin doblar su brazo, aprendiendo de los malos tragos y demostrando que hay algo en lo que eres el mejor, por encima de eso, nada importa, no hace falta adaptación, el mundo es luchar, vencer o ser derrotado, cuando tus poros se enraizan tanto en la Naturaleza la adaptación se convierte en un proceso muy distinto, el trabajo de represión de nuestros instintos, la labor que supuestamente ha realizado la razón, por órdenes de las elaboraciones gubernamentales y, en menor medida, civiles, en el devenir de los siglos, se derrumba.

Sobre una vieja carátula de “El buscavidas”, recortada de una Tele Indiscreta y pegada en un albúm fotográfico hace cerca de 20 años, me pregunto cual de las dos adaptaciones es la correcta. Primera: Adaptarse como amoldar nuestra conducta a la de los demás de tal manera que se redistribuyan equitativamente derechos y deberes, y se respeten tanto en la persona de los demás como en la mia, tratar de conseguir un equilibrio aristotélico, adaptarse como alejarse de los extremos, si todos estamos lejos de ellos la convivencia será mejor (pero, ¿lo respeta también el que manda?). La tercera vez que me enfrenté a la obra maestra de Robert Rossen, fue distinto, el Gordo de Minnesota representa la civilización, representa esa primera manera de adaptarse, él ha controlado todas las variables, él es un científico social del billar, Felson es sólo un pequeño salvaje, cuya adaptación aún tiene más que ver con la segunda manera de adaptarse: adaptarse como lucha, como supervivencia de uno por encima del cadáver de otro, si no te adaptas mueres.

Todos y cada uno de los personajes de “El buscavidas” son unos inadaptados, desde Felson, que es el típico chico de barrio con talento desperdiciado, atormentado por la vanalidad y confundido por las incongruencias entre los dos mundos; hasta Sarah, cuya tara física ya la aleja de los caminos no esquivos de la adaptación social, alcohólica y aficionada a beber en el bar de la estación, donde las personas van y vienen sin parar; pasando por Bert (¿habrá alguna razón oculta para que este personaje se llame Bert Gordon?, como el director de serie B que tras varios exitazos en los 50 como “El asombroso hombre creciente” y su secuela siguió en la fangosa serie B hasta los 90, dejando en los 70 tristes, pero carne de friki, exhalaciones en “La comida de los dioses” o “El imperio de las hormigas”) y su triste vida sin sentir que nadie lo necesita de verdad.

He vuelto a ver “El buscavidas” en varias ocasiones después de aquella tercera, la complejidad de mi vida bifurca los caminos del cine, asi como la complejidad del cine da alas a mi contemplación de la infinita variedad del hacer y el pensar. Si alguna vez encuentro alguna manera de crecer, de sobrevivir sin dejar trozos del pecho por el camino ya os lo comunicaré, mientras tanto estaré dandole vueltas a la bola 8 hasta que deje de girar.

 

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