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Da vértigo asomarse a una carrera como la de Charles Bronson, el justiciero por excelencia del cine de acción de los 70 y los 80. Una carrera impresionante que comenzó cumplidos ya los 30 años y terminó a la par que el siglo; al principio interpretando a secuaces del malo de turno o a delincuentes variados y luego ganándose el rol de bueno entre comillas, siempre bajo una misma mirada de pocos amigos, dejando caer alguna sonrisa en su más cercana intimidad (aunque si Bronson se reía con alguien, este era inmediatamente secuestrado o asesinado por algunos villanos inmorales, para cabreo de este hombretón de orígen Lituano, que pasó de trabajar en la mina de su pueblo a servir en el Pacífico con las fuerzas aéreas estadounidenses), pero en definitiva, con unos modales ásperos y esquivos (así como los de Lee Marvin, el cual debutó junto a Bronson en “You’re in the army now”, 1951).

En los años 50, Charles Buchinsky encontró bastante trabajo en la floreciente industria de la televisión. Desde el Show de Roy Rodgers (ese cowboy cantante tan limpito y bien planchado) hasta el “The Pepsi-Cola Playhouse” (serie dramática y de acción, que debe su nombre a su patrocinador, por donde también pasó Lee Marvin), pasando por “La ley del revólver” o “Richard Diamond, detective privado” (dirigida por Roy del Ruth, el cual le dio trabajo en “Los crímenes del museo de cera” (1953), el clásico protagonizado por Vincent Price. Su papel: Igor, el ayudante tarado del psicótico profesor Henry Jarrod. El western (“Veracruz”, 1954, de Robert Aldrich, el clásico de Sam Fuller “Yuma”, 1957, ambas con la mismísima Sarita Montiel, o “Jubal”, 1956), el cine negro (“El poder invisible”, 1951, u “Ola de crímenes”, 1953), el bélico (“Target Zero”, 1955, o “Cuando hierve la sangre”, 1959, film de culto protagonizado por Frank Sinatra y con, nada menos que Steve McQueen y Gina Lollobrigida), en todos los géneros había sitio para una cara curtida como la de Bronson, pero también paseó su jeta de matarife por la comedia (“La impetuosa”, de George Cukor, 1952, al servicio de la Hepburn y el Tracy) o por el drama más lacrimógeno (“The clown”, 1953). Su cara ya era conocida desde Washington a Washington, y a finales de los 50 ya lograba sus primeros protagonistas, en televisión con la serie “Man with a camera” (duró dos temporadas y Bronson era un duro detective privado y fotógrafo de guerra que ponía las cosas en su sitio en las calles de Nueva York); y en cine Roger Corman confió en su prototípica cara para interpretar a Machine-Gun Kelly en “La ley de las armas”, 1958; y “Gang war” (film de 1958, dirigido por Gene Fowler, artífice de “Me casé con un monstruo del espacio exterior”, aquel mismo año, o “Yo fui un hombre lobo adolescente”, protagonizada por un jovenzuelo Michael Landon, del año anterior) lo afianzó como uno de los más sólidos (y este es el adjetivo que mejor lo describe) intérpretes de la serie B de los 50.

En los años 60, a Charles Bronson (el nombre se lo cambió para evitar problemas con el inquisidor McCarthy, al cual no parecían entusiasmarle los apellidos de Europa del este) no le faltaba trabajo en televisión. Sus ojos achinados volvieron a aparecer en “Alfred Hitchcock presenta”, su porte de guardaespaldas dio vida a Yonish Kolesko en “Los intocables” de Robert Stack, sus miradas perdonavidas se midieron con las de Clint Eastwood en “Látigo”, y, de hecho, se le pudo ver en “Bonanza”, “El virginiano”, “El fugitivo” o “The Travels of Jaimie McPheeters” (serie basada en una obra ganadora del premio Pulitzer, en la que un prepúber Kurt Russell saltó a la fama en el rol de un niño que se va a California en busca de fortuna). Pero el cine cada vez le daba mejores oportunidades. En 1960 fue uno de “Los siete magníficos” de John Sturges y en 1967 uno de los “Doce del patíbulo” para Robert Aldrich. Su camino, aunque en alza, nunca se alejaba del cine de género; “El amo del mundo”, 1961 (de nuevo con Vincent Price, con guión del generoso Richard Matheson sobre el original de Julio Verne), o “X-15”, 1961 (debut en la dirección cinematográfica de Richard Donner, el cual también dirigiría a Bronson en 1969, en “Twinky”, drama romántico donde Bronson se ponía meloso) lo demuestran, pero también estuvo en el drama romántico “Castillos de arena” (1965, Elizabeth Taylor y Richard Burton daban mucho de sí) de Vicente Minelli, “Kid Galahad” (1962) con un musical Elvis Presley, o el megaéxito “La gran evasión” (1963, de nuevo con John Sturges).

Para cuando los hippies hubieron inundado Estados Unidos (y es que eso del amor libre y hacer el amor en vez de la guerra no iba mucho con el bueno de Charles, y de hecho su carácter fascistoide ha sido objeto de debate, sobre todo a tenor de sus films posteriores), Charles Bronson comenzó un periplo europeo, sin duda quería convertirse en un actor de verdad, en alguien a quien respetaran y no simplemente alguien en quien pensasen mientras escribían papeles de asilvestrado fortachón. En 1968 “La batalla de San Sebastian” (coproducción Franco-mexicano-italiana dirigida por el veterano Henri Verneuil) con Anthony Quinn y “Adiós, amigo” con Alain Delon, comenzaban a hacer visible ese bigote que, con el tiempo, se volvería indisoluble de su figura (junto con ese magnum de cañón extralargo); y aquel mismo año (mientras en EE.UU. escuchaban el “Electric Ladyland” y el “White album”) Bronson rodó “Hasta que llegó su hora”, el western cumbre de Sergio Leone. Su carrera subía como la espuma, a los dos lados del atlántico cosechaba éxitos, de “Propiedad condenada” (1966) de Sidney Pollack a “Los pasajeros de la lluvia” (1969) de René Clement, siempre en sus papeles de rudo con buen corazón (o no tan bueno), policía o criminal, soldado o civil, Charles Bronson hizo de si mismo un estilo, no era tan irónico como Bogart, ni tan cascarrabias como Marvin, ni tan siniestro como Edward G. Robinson, él era el gorilla que se toma en serio su trabajo, el profesional arraigado en las sensaciones más que en las razones, de ahí que aún hoy siga siendo un icono de la historia del cine.

 

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