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Debe ser que siempre he sido un soso, debe ser por eso que me identifico con ese Markku Peltola (entrañable Robert Mitchum finlandés) que vaga sin saber quien es por las calles de Helsinki en “Un hombre sin pasado” (Aki Kaurismaki, 2002). O a lo mejor, que yo no tenga sangre en las venas no tiene nada que ver, si la gente no se ve reflejada en esa odisea de un hombre partiendo de la nada que rehace su vida a golpe de cierto optimismo desangelado y modales a lo Sam Spade, será porque no saben interpretar sus propias vidas.

Aki Kaurismaki, vuelve sobre sus mismas huellas (tanto en “Nubes pasajeras”, 1996, como en, por ejemplo, “La chica de la fábrica de cerillas” 1990, Kaurismaki da fe de la confianza que tiene en la capacidad de guiarse por el buen camino del ser humano, sin necesidad, y a pesar de, esas reglas externas que no hacen más que provocarle desazón y neurosis), indaga por enésima vez en los fundamentos morales que ha de seguir el ciudadano medio y en como éstos en su mayoría no son más que herramientas de control de una burocracia y una legislación que están por encima de tales posturas éticas. Tal control gubernamental no sirve más que para crear inadaptados como el que crea asesinos en serie o militares (impagable la troupe que acoge a Markku Peltola, que viven a la orilla de un lago en contenedores de carga). Aunque como cuento de estructura clásica Kaurismaki no carga excesivamente las tintas de la tragedia y el dramatismo, si que está todo el relato impregnado de una dura crítica social (que va desde momentos predecibles a otros de un ingenio hiriente).

Nunca he sido Arthur Rimbaud, ni Buddy Bradley, ni siquiera Quico (Lolo García, aquel niño con cara de ángel diabólico en “La guerra de Papá”, Antonio Mercero, 1977, que por cierto interpretó a un ángel un año después en el siguiente film de Mercero: “Tobi” clásico rancio de las tardes de sábado de los 80, y que, aún hay más, concluyó su carrera en 1988 con “Computron 22”, serie Z de Giuliano Carnimeo en la que tampoco interpretaba a un niño convencional, la cual también cerró la filmografía de este director responsable de basura de culto como “El exterminador de la carretera” o “Terror House”, películas no recomendables para todos los públicos), pero que bien me sienta dejarme llevar por los datos y las sensaciones del cine, no he sido un enfant terrible, pero no voy a pensar que por ello me gusta Jim Jarmusch y Aki Kaurismaki, reyes del hieratismo y el minimalismo, de la economía de recursos y situaciones.

Las elecciones estéticas de Kaurismaki no me parecen, como a otros críticos (o, debería decir: a los críticos) algo a destacar por su brillantez, no creo que las interpretaciones sean magistralmente contenidas y los diálogos reducidos a lo necesario. Pienso que así es el mundo de Kaurismaki, así es el camino que sabe seguir, y precisamente eso es lo que me fascina.

 

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