Ya empezaba David Lynch a entonar la cantinela que luego nos taladraría la cabeza (en el mejor sentido) a propósito de la excéntrica telenovela sobre los picos gemelos. Un sanote pueblo del Estados Unidos más profundo comienza a oler más podrido que la misma Dinamarca bajo el reinado del tio de Hamlet. Y, ¿cómo no?, estaba allí el que posteriormente sería el agente Cooper: Kyle MacLahan.
Lumberton se llamaba el pueblo y Frank Booth su más insignie habitante, inconmesurable e inteligente recuperación para el cine de calidad del cabezaloca de Dennis Hopper en un papel que le venía como anillo al dedo: violento sexual, fetichista, respira con una mascarilla de oxígeno, es un psicópata de extraña voz y, lo peor, es fan de Roy Orbison (el que gozó de un breve resurgimiento tras la película). La cara de bueno de Kyle MacLahan nos lleva por un tour muy diferente a este punto de vista. Una oreja descubierta por el susodicho sirve de inicio para una de las películas más conseguidas de David Lynch (y eso que es casi infalible en perfección filmica), la cual incluía frases como: “me voy a follar todo lo que se mueva” (o “llevo su semen dentro de mi”), sin desentonar a penas del meritorio ambiente gótico americano que Lynch da a sus obras.
Supuso su segunda nominación al Oscar al mejor director (y, ni que decir tiene, que ni pensaron en dárselo) y su consagración como el director más interesantemente peculiar de su generación, el más particular e idiosincrático. 1986 fue un buen año para un David Lynch que venía descarrilado de “Dune”, vemos en el film también a Isabella Rossellini (y lo digo porque era pareja del tio Lynch) más turbia que nunca en la mejor película que esta modelo ha hecho jamás. Y con esto me despido de David Lynch hasta que comente, someramente, como siempre, como le dieron los franceses la palmadita en la espalda por la desconcertante “Corazón Salvaje”.