No estoy pasando por mi mejor momento, eso desde luego, supongo que no hay peor momento que un momento difícil, uno de esos momentos en los que ni siquiera puedo ver películas cómodamente, me siento frente a la televisión y cuando me vengo a dar cuenta estoy abstraído, pensando en mis problemas. Pero el cine está ahí, y digo ahí señalando al interior de mi cabeza, me siento incapaz de escribir sobre “Al final de la escapada” o “Pierrot le fou” (las volví a disfrutar la semana pasada), pero me emociona esa libertad de ficción a la que sólo Belmondo llega (ni Jean Seberg, ni Ana Karina, ni el mismo Godard), el otro día pasé un buen rato viendo “Monster House”, pero no podría ponerme a cantar sus virtudes, también vi “Scarface” de Howard Hawks y descubrí hasta qué punto el film de Brian DePalma es un remake (hasta un punto tan alto como el ego de Tony Camonte, o Montana que para el caso es lo mismo), pero no creo que tenga humor para profundizar en el tema, o tal vez si.
El “Scarface” de Howard Hawks (1932) sigue a Tony Camonte, un trasunto de Al Capone, que desde más bajo de la pirámide del poder del crimen organizado consigue llegar casi hasta el cielo, se propone unas metas y en menos de lo que una dillinger tarda en escupir 100 balas ya las ha logrado, pero los métodos no han sido del todo correctos, vaya, ha dejado tanta basura por el camino que justo cuando lo tiene todo hay dos cosas que terminan jodiéndolo, la policía y su aqui-se-hace-lo-que-yo-diga. El “Scarface” de Brian DePalma (1983) es exactamente lo mismo, pero 50 años después, los italoamericanos son sustituidos por cubanos (ambos son tradicionalistas con la intitución familiar y ambos inmigrantes en el país de las oportunidades) y los colores vivos de la sangre roja y los verdes billetes hacen olvidar a la generación de los 80 el impecable blanco y negro, carente de sangre, pero repleto de violencia del original.
En ambos casos hubo polémica, y no exclusivamente por su violencia (aunque ambas fueron criticadas por ello), la de Howard Hawks fue acusada de presentar los ascensos empresariales como auténticas campañas del terror (no sería su intención, pero en muchos casos es exactamente en lo que se convierten las empresas, en personas legales, que no humanas, que también son capaces de matar por sobrevivir, de cara a los juzgados son personas, para mi son un reflejo de la más detestable vileza del hombre, de lo que un día lo llevará a la destrucción), y la de DePalma de mostrar a los cubanos de una manera estereotipada, como gangsters y criminales.
Tony Montana no tendría mucho que hacer frente a Tony Camonte, ellos no tienen la culpa, los han dibujado así, la generación de los 80 necesitaba unos estímulos que en los años 30 ni podían imaginar. Por ello, la hora y media de la carrera de Hawks contiene más complejidad que las más de dos horas y media de la de DePalma. Hawks demuestra que iba a ser un maestro en todos los géneros (recordemos que de Hawks son “La fiera de mi niña”, 1938; “Sargento York”, 1941; “El sueño eterno”, 1946; “A nacido una estrella”, 1948; “Rio Bravo”, 1959; “Hatari!”, 1962; y una lista de clásicos increíblemente variada): tenemos comedia pura y dura (el incompetente secretario de Tony, bizarrísima la escena del tiroteo en el bar, donde éste habla por teléfono), tenemos drama (ni que decir tiene que el final es dramático), tenemos ese cine de acción que tanto marcó a Godard (esos tiroteos directos y sin florituras), tenemos un seguimiento del argumento casi documental (frío pero que llega al alma, ajeno, pero sólo formalmente). Brian DePalma no ha sido un director muy polivalente, se hizo famoso como pupilo moderno del gran Hitchcock y no se ha alejado mucho de la senda (“Hermanas”, 1973; “Carrie”, 1976; “Vestida para matar”, 1980; “Blow out”, 1981; “Los intocables”, 1987;”Atrapado por su pasado”, 1993; “Snake eyes”, 1996; o “La dalia negra”, 2006), exceptuando un éxito (“El fantasma del paraiso”, 1974) y un fracaso (“La hoguera de las vanidades”, 1990).
Hablar de cine, sumergirme en él, siempre me hace sentirme mejor, ahora me vienen las ideas a la cabeza, y no tienen nada que ver con lo que vaya o no vaya a hacer con mi vida. ¿Y quién es mejor?, Paul Muni o Al Pacino, ninguno de los dos se contiene mucho a la hora de sobreactuar, y tanto las pelotas de Montana como las ansias de poder de Camonte los convierten en carne de icono. Estoy seguro de que Pacino visionó una y otra vez a Muni, de tal manera que muchos de los ademanes que Paul Muni tenía en “Scarface” me recordaban a Al Pacino, esa sensación de locura impredecible, esos ojos vidriosos que da miedo mirar directamente. la de los 80 no tiene a Boris Karloff (el implacable policía, que ese mismo año sería “La momia”), pero trataron de suplirlo con Fred Murray Abraham (que no es lo mismo). Tampoco tenían en los 80 a un estupendo George Raft (inolvidable con su monedita arriba y abajo, acabaría su carrera con la reivindicable “The man with Bogart’s face”, me niego a utilizar el ridículo título en español, del también reivindicable Robert Day, televisivo director de muchas series B de Tarzán y de alguna que otra pieza muy estimable, veasé “The green man”, por ejemplo), en su lugar sólo tenían a, más bien sosainas, Steven Bauer. Michelle Pfeiffer y Maria Elizabeth Mastrantonio están a la altura de Karen Morley y Ann Dvorak, y hasta los colombianos están a la altura de la policía (ni que decir tiene que en el film de los años 30 no había colombianos).
Pero hay algo que hace que nunca pueda haber dos films iguales, por muy remakes que sean, su pasado, lo que tienen detrás, DePalma termina la película como se tenía que terminar en los 80, un final, post-“Grupo salvaje”, una apoteosis de explosiones y disparos, de sangre y destrucción. Tony Camonte corre la misma suerte, incluso bajo la mirada de los fluorescentes que recitan “The world is yours”, pero a la manera de entonces, como un Humphrey Bogart en alta sierra (o en cualquiera de las decenas de films en los que lo mataron), la muerte es rápida, lo que demuestra que Tony es un ser humano después de todo. El cubano adrenalínico de incorporó Al Pacino no es humano, y la escena final lo demuestra, no es como todos nosotros. Aqui DePalma si es consciente del poder icónico del personaje y da el resto.
El cine parece decirnos que sólo tienes que desear algo con suficiente fuerza como para conseguirlo, mi cerebro lo que se pregunta es qué trampa esconde ese ‘suficiente’. El cine no es la solución para todo, ni para todos, por suerte hay cosas para las que si sirve.