No sé si es que me rondan por la cabeza las mismas obsesiones que a David Serrano, pero el caso es que, obviando ciertas deficiencias académicas de guión, disfruté de lo lindo el otro día en un autocine (si esos cines en los que ves la película en una calidad ínfima, y más si la ves a través de unos cristales sucios, pero que sólo te cobran 3 euros por persona y, además gozas de un veraniego programa doble… con “Identidad”, original pero fallida, la vi) de “Días de fútbol”, todo un compendio de las ansiedades y preocupaciones de los que rodean la treintena (por arriba o por abajo). El miedo a comprometerse para siempre, el sentimiento de fracaso que provoca vivir para ver tus sueños no cumplidos, el sexo como foco y solución de problemas o la incomunicación entre los miembros de la pareja son algunas de las cartas que David Serrano juega en esta partida de la que ha salido más que airoso.
Lo que en “Al otro lado de la cama” (bastante sobrevalorada) eran atisvos impedidos por los escasos, y cutres, números musicales (es que opino que el fallo del film estaba en que ni era un musical ni dejaba de serlo, o metías más canciones o las quitabas todas, la decisión fue la más mediocre) aquí, en “Días de fútbol”, ya es toda una declaración de principios, que da lugar a una comedia tan sincera como difícil de aceptar, tan divertida como amarga. Estamos ante lo que se puede convertir en un nuevo género en el cine español: la comedia-cotidiana-verborreica-afectada. No me extrañaría que Andrés Vicente Gómez tuviese ya a unos cuantos escribiendo guiones “frescos”, “llenos de situaciones cotidianamente diarias” y “que extraigan el gag de los miedos y frustraciones del español medio” (lo que termina helándote la sonrisa en la boca).
En definitiva: un Ernesto Alterio que ha llegado ya muy alto en su madurez interpretativa (con un papel muy jugoso de psicólogo jincho), Alberto San Juan (correcto, como es él), María Esteve (prácticamente encasillada), Natalia Verbeke (lubricante, como siempre) o Fernado Tejero (cada uno que piense lo que quiera), todos ellos incapaces que decidir por sí mismos (y recurrir a un amigo en una comedia siempre es fuente de desastres) los rumbos de sus vidas (sin duda una constante de esta generación). Ante todo esto ningún juicio por parte del director (si acaso cierta ternura hacia sus criaturas) hacia este conjunto de freakys eminentemente (y no únicamente) españoles.