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No soy de los que flipaban con “Un tranvía llamado deseo”, y mucho menos con la sobrevalorada “La ley del silencio”. Y si es cierto que posiblemente no sea Elia Kazan el director de la época dorada de Hollywood por el que más simpatía siento (más bien me quema un poco su condición de chota), y que no sea el método Stanislawski un prodi­gio a mis ojos, he de admitir que si he gozado de lo lindo con Marlon Brando, Karl Malden, Robert DeNiro o Al Pacino.

A pesar de dirigir obras maestras tales como “Al este del edén” o “América, América” no es en esa épica americanoide (tan poco de estar por casa) la que me llamó la atención de Kazan. En 1956, después de haber llevado “Un tranvía llamado de deseo” de Tennessee Williams al cine, Elia Kazan decidió adaptar un par de relatos del sureño con nombre de río, en ellos se contaban las desventuras de un cacique del sur en horas bajas que espera con anhelo que su mujer cumpla los 20 años para poder follarsela. En su momento fue todo un escándalo, clasificada de moralmente repelente y carnálmente sugestiva por la reaccionaria Liga Católica de la Decencia (un grupo de religiosos pederastas reprimidos, vamos) la película de Elia Kazan lanzó a la fama a Carroll Baker (como la sugestivamente sexual “Baby Doll”, una especie de “Nena muñeca”), eso si a una éfimera fama al estilo de Sue Lyon. También estaban en el film dos galanes de lujo (ejem, ejem): Karl Malden mordiéndose los labios por no morder las prietas y blancas carnes de la Baker, y Eli Wallach como irresistible europeo (italiano de rompe y rasga) que remueve el sexo y las obsesiones que habitan en la mansión desvencijada de este algodonero corrupto.

Esta película que considero la mejor de Kazan contiene los más acertados entresijos sexuales de las obras de Tennessee Williams (que también escribió el guión) y un tridente de excelentes interpretaciones (Carroll Baker aseguraba que había rodado el film en perpetuo estado de deseo), con un Karl Malden desbocado a la cabeza. En definitiva, éste es mi homenaje (merecido, no lo vamos a negar) al chivato más célebre de Hollywood y a como supo recrear la tensión entre los sexos (él se casó tres veces) trasladandola al microcosmos de la América profunda. Si Elia Kazan levantara la cabeza debería empezar a exorcizarse con este film a recuperar, y es que todos hemos tenido nuestra Baby Doll.

 

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