Corría el inseguro año 1986 y el jodido Tommy Jarvis vuelvía a meter la pata en “Viernes 13 VI: Jason vive”, se dispone a asegurarse de que está muerto y el atormentado adolescente la caga y lo resucita. Esa es la premisa de la sexta parte de Viernes 13, Tom McLoughlin (director de “The black hole” a la sombra de “Star Wars” o, más recientemente, de “Sometimes they come back” basada en una novela del feo de Maine) se encargó de clonar la película anterior (más empalamientos y decapitaciones, a destacar la escena en la que revienta la cabeza del oficial Pappas entre las manos de Jason). La franquicia de Wes Craven volvía a demostrar que estaba, argumentalmente, muy por delante (al menos en aspiraciones) de la de Sean S. Cunninghan, y no porque esta sexta parte se rodara con escenas en 3-D (recurso ya usado en la tercera entrega de Viernes 13) sino porque rizaba el rizo con respecto a las anteriores. “Pesadilla Final: la muerte de Freddy” (de la primeriza Rachel Talalay, 1991) nos introducía de cabeza en el mundo de Freddy Kruger, en su mente, en sus recuerdos, en su psique alborotada por sentimientos y por la imposibilidad de mantener en pie su matrimonio (normal cuando eres un jodido psicópata).
No había cambio de paisajes en el film de Tom McLoughlin, ni cambio de motivos, ni cambio de procedimientos. Y, no es que la película de Rachel Talalay fuera una masterpiece, pero comparando vemos que esta última está repleta de detalles originales (el asesinato de Johnny Depp en televisión mientras actua en un anuncio anti-drigas), un pueblo de comic en el que han desaparecido los niños, unos descubrimietos insólitos sobre la prole del señorito Kruger y un Yaphet Kotto que pide a gritos una revisitación de su filmografía. Que Freddy muriese en 3-D no era más que algo anecdótico, lo importante es que ya había dado sopa con hondas (en lo que a originalidad se refiere) a su franquicia rival. Pero Jason Vorhees ya se había desecho del molesto Jarvis y tenía que dar todavía muchos dos de pecho.