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Y aunque, tras la telenovela superlativa con aires de sueño sin sentido llamada “Twin Peaks” o la “Bonnie & Clyde” orgánicamente Tex-Mex (“Corazón salvaje”) premiada en Cannes con la Palma de oro, nadie relacionaba ya a David Lynch con esa obra maestra de la narración y la sensibilidad cinematográfica que protagonizaron John Hurt (un espléndido hombre elefante) y, el aún muy alejado de hábitos antropófagos, Anthony Hopkins; está claro que “El hombre elefante” lleva la impronta indudablemente reconocible de este instigador del cine. Sobre todo después de su debut en “Cabeza borradora” (aquí nos vuelve a contar una historia con la inestimable ayuda de un monstruo humano). Aun fiel al blanco y negro, Lynch, relata la relación entre un hombre deformado de nacimiento (debido a que su madre fue pisada por elefantes estando embarazada) y el doctor que lo trata. En este caso la exasperación que produce la película (mucho más suave que su predecesora, eso si) no viene de la casi repugnancia que produce el monstruo, sino de la repugnancia que producen los que supuestamente no son monstruos (los que hacen que el monstruo se sienta monstruo). La carga emocional se hizo patente en el estilo de Lynch, que gracias a Mel Brooks (quién lo iba a decir) se estrenó en el gran cine con elogios incluidos de los pardillos de la jodida academia de Hollywood.

 

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