Un hurra por Michael Haneke, que ha vuelto a dar en la diana. El otro día vi “La pianista” y, aunque no creía que se pudiese ir más lejos que en “Funny games” (más lejos en cuestión de frialdad, crudeza, escabrosidad y complejidad a partes iguales), el director austriaco de la agobiante “El video de Benny” a dado un paso más en su maldita trayectora cinematográfica.
Apoyado en una estupenda Isabelle Huppert, “La pianista” cuenta la consabida historia de alumno que trata de conquistar a su profesora. ¿Pero qué pasaría si la profesora no tuviese su identidad sexual tan clara como el alumno cree?, esta es la permisa de “La pianista”, película de ambientes impersonales y tempos pausados que hurga en lo más profundo de nuestros miedos y nos muestra, de una manera excepcionalmente verosímil (qué pena Magimel), la espiral de rabia contenida y deseo infructuoso de una estricta profesora de piano, la cual sólo sabe del sexo que le gusta mandar (con el joven alumno aprenderá más). Toda la prensa y demás destacaron en su momento la escena en la que Huppert se propina ciertos cortes en la vagina (incluso se decía que había habido desmayos en las salas), pero ésta no es más que una escena más (me atrevería a decir que casi prescindible), mucho más intensa y reveladora es la escena de la conversación en la cama entre la pianista y su madre (una madre castrense con la que lleva una relación algo dificil).
Desde luego no es una película fácil, no es una película que recomendaría a mis hijos, no es una película taquillera (aunque es la que más de entre las perlas del austriaco), no es una película divertida, ni esperanzadora, ni otras muchas cosas. Esta es una película sobre la psicosis, sobre la locura, sobre los desequilibrios mentales, sobre la presión del mundo sobre los hombros de la gente, sobre la vida en general, el cómo afrontarla (no muy bien afrontada en este caso) para mal o para bien.