“Belle de jour” fue el film que tuve el otro día la suerte de tragarme. Desde luego Buñuel no dejó nunca de practicar su propia religión, murió fiel al odio a la Iglesia, al fetichismo para con los fetichismos, al sexo más escandaloso (para con la platea) y a la oda al sueño entendido a la manera buñueliana.
Perfecta la Deneuve en el papel de sosa burguesa, blanca, estrecha y, en el fondo, una reprimida más de entre todas las almas que pululan en el rebaño de la burguesía. Y genial Francisco Rabal en el papel del Murciano (un poco tópico el papel ¿no?, ¿o es a propósito?). Michel Piccoli (que también trabajó con Berlanga en dos ocasiones: “Tamaño natural” y “París-Tomboctú”) también hace de las suyas como intelectual especializado en meter el dedo en la llaga (con toda la carga sexual que esto pueda conllevar). Los sueños vuelven a tener una importancia capital (tal vez más que en casi todos los títulos del aragonés), ya que son los que nos van narrando las formas que adoptan las obsesiones inconfesables de la señorita repipi. En los sueños es donde Luis Buñuel parece sentirse más cómodo, tanto que a veces las escenas de realidad parecen fundirse con las de los sueños, de tal manera que algunas veces confundes la realidad con el sueño (y tienes que esperar a que termine la escena para saber si es sueño o realidad).
Es esta etapa de Buñuel, la etapa francesa con la que se despidió en “Ese oscuro objeto del deseo”, en la que se respira más cargado el aire podrido que desprende la burguesía, tal vez porque él mismo estaba viendo como el monstruo que tanto había criticado y odiado lo engullía a él mismo, de ahí obras tan redondas como “El discreto encanto de la burguesía”, “El fantasma de la libertad” o “Tristana” (esta última en España, pero con la Deneuve). Así que a verla, venga y dejad ya el jodido ordenador.