Vuelve Stephen Sommers a trivializar a los clásicos, y no lo digo con afán crítico, no pienso que siempre sea malo ningunear (o simplemente masticar y dar al público ya masticado y mezclado) lo considerado clásico. No me parecieron malas las técnicas usadas en ambas partes de “La momia” (desde luego no tenían nada que ver con el clásico de Karl Freund): acción, aventura, humor facilón (para que no te entretengas en pensar), personajes prototípicos y final feliz.
El problema está en que para contar una historia como la de “La momia” (y, por supuesto como la de “Van Helsing”) no se necesita un presupuesto de 100 millones de dólares (a mi, personalmente, me parece vergonzoso, aunque no tan vergonzoso como gastárselo en armas), el mismo Sommers ya había dado vida a historias de serie B con presupuestos más apretados (pero con los mismos, o mejores con más encanto, resultados) en la divertida “Deep rising”. La estratagema de Sommers es astuta, pero facilona. Crea una historia al más puro estilo de la serie B, una especie de western fantástico cargado de tipos duros y oscuridad neogótica. Y luego coloca como protagonistas a personajes ya perfilados, a personajes clásicos con los que espera impulsar mucho más la película. Ese Van Helsing bien podía llamarse Igor Tropov o William Smith (de hecho poco tiene que ver con el Van Helsing al que estamos acostumbrados), y esos compañeros del prota ya eran tópicos antes de endosarles los armazones del Hombre Lobo y Frankenstein.
En, definitiva, estamos ante una de esas aventuras que olvidas en cuanto terminas de verla, entretiene (aunque ya ninguno nos emocionamos con los efectos especiales infográficos), mantiene despierto, tiene algunos buenos secundarios (lo siento pero no aguanto al “rudo” Jackman, y Beckinsale no sé a dónde quiere llegar) y una excelente ambientación (aunque casi calcada a ese pasado modernizadamente “verneniano” de “La liga de los hombres extraordinarios”). Pero, que queréis que os diga, no merece la pena que vayáis a verla al cine.