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Mmmmm, no sé muy bien de donde agarrarme en esta critica, o mas bien comentario, en el comentario de la que posiblemente sea la película mas redonda y cargada de ideas, originalidad, radicalismo y conjunción entre actores, guion e argumento. La verdad es que la formula ya me cansa, me refiero a la formula de critica cinematográfica, hasta mi misma formula me cansa ya, así que bueno, dejémonos llevar y hagamos, hoy mas que nunca, caso a Walter Benjamin, a Roland Barthes, y espero que el resultado sea tan ameno como otras veces (y si aprendéis algo ya os podéis dar por satisfechos).

“La naranja mecánica” significo en mi juventud (y me temo que en muchas juventudes antes que la mía, ahí se demuestra la fuerza de sus propuestas de rebelión e incomprensión juvenil) descubrir todo un cine con el que nuestros padres no eran excesivamente afines, veían en el film de Kubrick (aunque reconozcamos bastante merito a Anthony Burgess) sexo, violencia y un sentido del civismo muy alejado de lo que ellos creían moral (o moralmente bueno), y todo gratuitamente, sin justificación alguna. Nosotros, al contrario, creíamos que en absoluto eran gratuitas las tintas de que se cargaban en el film de ciencia-ficción mas cerebral de los 70 (si, también Kubrick hizo el film de ciencia-ficción mas cerebral de los 60), como tantos críticos pensábamos que todo ese torbellino de inadaptación social y violencia y sexo como alternativa no era mas que una critica a la que todos los autores de ciencia-ficción con intenciones han acudido. La impersonalidad del mundo moderno, la progresiva conversion en maquinas humanas del hombre (de hecho el “orange” del titulo original se refiere en realidad a “ourang”, palabra malaya que significa “persona”), una conversión que en la historia de Burgess vemos a través de herramientas morales (el condicionamiento clásico nunca pasara de moda).

Stanley Kubrick supo adaptar la novela de Anthony Burgess, llevarla a su mundo, convertir en imágenes potentes, sugestivas e inolvidables algunos pasajes vocacionalmente difíciles, todo ello a pesar de que solo pudo leer la versión estadounidense del libro, en la que se omite un episodio en el que se ve a Alex (ese ajustadísimo Malcolm McDowell, y pensar que para la banda se pensó hasta en los Rolling Stones, ¿os imagináis a Mick Jagger haciendo de Alex?  mientras crece, como guarda la violencia como un tesoro único. Kubrick maldijo a los editores americanos (bueno, al menos a uno). Toda la parafernalia técnica que suele rodear las películas de Kubrick vuelven a reaparecer aquí, desde la omnipresente música clásica (que aquí, como ya en “2001: odisea en el espacio”, vuelve a aparecer como una especie de elemento anacrónico que afianza ese futuro en la realidad), hasta el detallismo quisquilloso en decorados y vestuario, toda una nueva retahíla de detalles (el libro que escribe Frank Alexander antes de ser asaltado en su casa se llama “A Clockwork orange”), cameos (el propio Kubrick aparece leyendo el periódico en la tienda de música, donde hay otro famoso cameo, pero no de una persona) y excentricidades (al parecer Kubrick hizo deliberadamente continuos errores en la escena después de que Frank Alexander descubra quien es verdaderamente Alex) al mas puro estilo Kubrick.

Me encuentre en Murcia, en Torino, en Nueva York o en Tokio, “La naranja mecanica” siempre sera una película transgresora, una película que no dejara indiferente a nadie, dolerá, removerá conciencias, divertirá y provocara hilarantes risas y comentarios sexistas, troskistas, feministas, sádicos o neoliberales (o, mejor, neoconservadores, ummm, esos neocons, esas élites político-económicas que ya se pueden ver representadas en los personajes mas capullos del film, a eso es a lo que quiere pertenecer Aznar, pues que bien ), eso es a mi entender lo mas importante de una película, a lo mejor para John Ford lo importante era la continuidad de raccord o la coherencia del argumento, sin academicismo no habría trasgresión, pero, con “La naranja mecánica” como estandarte, yo pienso que el cine es creación de sensaciones en el espectador, y la calidad y cantidad de ellas es lo que mide su trascendencia.

 

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