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Supongo que a algunos críticos un poco estrictos no les bastará con que diga que “Barry Lyndon” es como “Forrest Gump” pero en la época napoleónica (sobre todo su primera parte: “De cómo Redmond Barry adquirió el renombre y título de ‘Barry Lyndon'”), y es que Kubrick convirtió al cínico reaccionario Redmond Barry de la novela en ese trasunto de Forrest Gump al que me refiero (digamos que Forrest Gump es un personaje mas kubrickiano que, por ejemplo, Hannibal Lecter, Gump-Barry es el típico ingenuo que gotea por entre las paredes de un mundo implacable). Asi que supongo, que tendré que explayarme un poco más en esta adaptación de una obra de William Makepeace (el autor de “Vanity Fair”), que recorre la vida de Barry Lyndon en sus hazañas llevadas a cabo anodinamente, mas que otra cosa. El actor elegido para interpretar al protagonista fue Ryan O’Neal (fue una imposición de la Warner, O’Neill acababa de tener éxitos tan notables como “Luna de Papel” o “¿Qué me pasa doctor?”), pero no insistiré en lo inexpresivos que (por una cosa u otra) resultan ser siempre los actores de Kubrick (no hablo de Nicholson, McDowell o Sellers, claro, pero si de Douglas, Dullea o Cruise).

Huelga decir que técnicamente el film es impecable. La fotografia de John Alcott se atreve con una de esas osadías que solo una producción de Kubrick suele albergar (de Kubrick o de cualquier otra vaca sagrada de estudio hollywoodiense), no utilizar luz que no existiese en la época en la cual se desarrolla la historia, la luz del sol y el fuego son los únicos medios luminosos, destacando escenas de interiores plagadas de velas y un control de la luz tremendamente eficaz ( el un modelo de lente Zeiss de 50 mm solo era utilizado por la NASA ). La música no puede ser mas reputada, ya que todo ( o casi ) son piezas clásicas de Mozart o Beethoven ( aunque Leonard Rosenman hizo los ajustes necesarios ), que en ciertos casos pecan de anacronismo. Mientras que tambien en cuestion de direccion artistica, Kubrick decidió rodar en verdaderos castillos y casas de la época. Se puede considerar si nos ponemos postmodernistas a este film ( y en general al puntillismo de Kubrick ) como un antecedente adinerado del Dogma95 ).

Toda esta nueva manera de rodar el cine histórico, sin histrionismo y desmadre a lo grande, ese realismo casi danés, dio como resultado un rechazo considerable de crítica y público (lo que, por qué no decirlo, siempre es un aliciente para ir a ver un film), el público se aburría con tanto metraje y el ritmo tan lento, y la crítica no sabia encontrar en la película las señas de identidad del género al que debía pertenecer. El resultado: sin duda una obra maestra, la última película radical de Stanley Kubrick, el viaje temporal más estimulante de los años 70 y tres horas del mejor tempo pictórico, se puede pedir más? (si, claro que si, pero Kubrick solo es Kubrick).

 

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