A veces hasta me duele seguir escribiendo, es en esos momentos en que estoy expresando algo tan arraigado a mis entrañas como el cine moderno a los directores de videoclips, pienso en todas esas personas que se han dejado el alma en lo que escribían, en lo que rodaban, Atom Egoyan llorando en su habitación mientras escribía el guión de “El dulce porvenir”, Marlon Brando apartado en el set de “El último tango en París”, en un rincón tratando de asimilar algunas cosas, Bob Fosse dando los retoques a la colosal “All that jazz” mientras sonreía amargamente viendo su final cerca (pocas veces se ha reflejado en un film mejor las interioridades de su autor), me pregunto para qué he de expresar todo esto, si como exorcismo personal o como exhibicionismo barato, no sé que autoridad tengo o si acaso tengo alguna.
Lo que eres es un puto pseudointelectualoide, intentas que todo tenga regusto al cine de autor con mensaje, pero lo único que consigues es un manto de pateticismo que me da ganas de reír, piensas que lo trascendental es Derek Jarman contando sus miedos en una pantalla azul, pero lo trascendental es John Huston tratando de colocar su cámara sobre un peñasco para mejorar un plano de “El hombre que pudo reinar”, confundes el cine con la vida, intentas fundirte con el cine, porque eso es lo que siempre has deseado. Cuando idolatrabas a Spielberg, a Donner, a Zemeckis y a Dante, mientras tu madre te daba la cena dabas pie a que tu cerebro se fundiese con aquella máquina de irrealidades, con aquel paraíso de escapismo. El cine es físico, es movimiento, es audacia.
No me gusta el cine de terror oriental porque no entiendo su trascendencia, comprendo los giros de argumento de “The ring”, pero no entiendo qué miedo primario es el que toca directamente. Supongo que cuando veo un gran film (pongamos “Tarde de perros”, “Reservoir dogs” o “El guateque”) me siento obligado (quien sabe si moralmente) a compartir esa sensación con alguien, posiblemente sean ganas de mostrarme, un tratar de que alguien asienta con la cabeza a algo hecho por mi. Soy como uno de esos que van por ahí con una gabardina, me la abro y dentro hay un poster de “El quimérico inquilino”. Si, es cierto que el cine es movimiento, pero sólo en apariencia, es una ilusión de movimiento, el cine es mente, el cine es ideas, el cine es personas, es vida y es muerte.
Si a ti te sienta bien dar tanta importancia a un artificio humano allá tu, pero es como el que idolatra las armas de fuego o los consoladores de metal. Yo también disfruto como un niño de “Duelo en alta sierra” (de casi todo Peckimpah), me carcajeo como un parvulo cuando veo a Wilder sobre Matthau-Lemmon, me encanta “En busca del arca perdida” y entiendo porque “Tomb Ryder”, “Armaggedon” o “La isla” son películas fallidas, capaz de sumergirme con los bichos de “Ice age” y su poco radical humor y, sin embargo, con los pies en el suelo. Veo ideas complejas, emocionantes, tristes o duras en “Padre padrone” o “Good morning, Babylon” pero no coloco a los Taviani en ningún altar.
Supongo que no importa, el Friedkin de los 70, el Fellini a partir de los 80 ( “E la nave va” como buque insignia ), Murnau en los mares del sur o la “Phobia” de John Huston, la primera vez que vi un film de Woody Allen y la última que en el cine me sacaron 6 euros, tu y yo somos partes de un mismo gilipollas.