Mientras mi compañero proyecta su alter-ego un post más abajo en la figura de Peter Jackson y recuerda con melancolia ambiciones adolescentes, yo me ahogo en un mar de VHS buscando alguna película de terror que provoque alguna sensación capáz de despertarme las neuronas, comenzamos.
Género de terror, miedo, monstruos, bichos, sustos, muertos, casqueria, horror, una lista tan larga como fobias pueda imaginar el humano medio de barrio residencial, pero todas con el objetivo de interrumpir las conexiones cerebrales hasta palidecer. El género de terror es incombustible, acompaña al hombre época tras época reencarnandose en alienigenas, meteoritos, hurracas, asesinos, libros, tiburones (con o sin corbata), insectos, muertos, fantasmas, pesadillas, demonios o abogados. El pecado original del ser humano es el miedo, el miedo que nos acompaña a todas las edades.
Que los muertos resuciten para comerse a los que aún nos despertamos calientes haría correr a cualquiera, pero si esos muertos reciclados volvieran para amenazar tu posición social, economica o sentimental, haríamos algo más productivo que correr, claro que los retornados tampoco se limitarán a balbucear y reptar torpemente. Este es el argumento de “Land of the Dead”‚ (2005), el último paso evolutivo que George Dios Romero ha insuflado a sus criaturas: muertos que siguen moviendose por la comida ¿quién no? pero que ahora se comunican primitivamente, aprenden el manejo de herramientas y se desplazan en grupos jerarquizados, toda una herencia social y genética para directores darwinianos con ganas de seguir moldeando estos zombies que no diferenciariamos del vecino del quinto.
En “La noche de los muertos vivientes” (1968) las radiaciones de un satélite caído en un honrada región como pueda serlo Kansas, hace que los recientes difuntos salgan de sus tumbas con antojo de carne humana; los vivos corrían despavoridos mientras el sheriff salvaguardaba la cristiandad de la población con el rifle. La película de Romero no solo crea una escuela de zombies carnívoros, sino que resume lo que sería el género de terror hasta su sofisticación en los 90: el miedo que viene de fuera (del infierno, del espacio, de Africa) y se instala en casa (en el alma, en la ciudad, en la sangre) y al que podemos disparar (exortizar, fumigar, vacunar) sin remordimientos ni culpabilidad.
El hombre crece, aumenta su complejidad, se socializa y con él lo hacen sus miedos, los zombies, los fantasmas que nos acompañan en este crecimiento. “La Noche de los Muertos Vivientes” (1968), “El Amanecer de los Muertos” (1978), “El Dia de los Muertos” (1985) componen esta metáfora de la prehistoria que deja paso a “La Tierra de los muertos” (2005) donde los zombies pelean por su comida, su sitio en el mundo, su tierra, y la única manera de conseguirlo es desplazando al siguiente estrato social.
Romero siempre ha dotado a sus muertos de coartadas morales para leer entre líneas, si en el 68 los zombies encarnaban el miedo nuclear, a lo desconocido; el miedo de “La Tierra de los Muertos” acecha tras los recibos devueltos, la casa que nunca tendremos, el paro, la nevera vacia, la hipoteca, los finales de mes, el recibo de la VISA o ese todoterreno que no podemos comprar. A diferencia de los muertos vivientes que son esclavos de la comida, el ser humano es esclavo de todas aquellas cosas que anhela, envidia o desea. El miedo ya no viene de fuera ni se combate con agua bendita, el miedo es todo aquello que amenaza el patrón de comodidad y seguridad que nos da fuerzas para ir de paseo al centro comercial los domingos.
Termino este post esperando que comience TWIN PEAKS, las únicas dos horas de la semana donde consigo electrocutar alguna neurona y volver a tener miedo de Bob, de los extraterrestres, y de los fantasmas que están a miles de galaxias de aquí, lejos de la telebasura, banqueros, leyes, centros de ocio, politicos, multicines y profesores de autoescuela.