Lo bueno y lo malo como términos precisos de lo que son los dos polos de la moral y toda la estructura que de ella emana extendiendo sus tentáculos a todos los rincones de las costumbres y normas de esos mamíferos con aires de grandeza que se hacen llamar seres humanos. Esa es mi pesadilla más recurrente, verdaderamente me aterra que pueda haber una moral a priori, que el bien y el mal sean dos cosas totalmente distintas.
Sin duda, antes (antes de que la sombra de Nietzsche cubriera europa más rápido que ese fantasma que nos decía Marx), cuando la religión permeaba más capas de la cebolla que tenemos por cabeza la distinción era más clara, más absoluta. Hoy día seguimos usando los términos, incluso con acepciones muy similares, pero esto nos lleva a errores de anacronía ( llamémosla postmoderna, joder apuntemonos a la moda, seamos borregos, dejémonos esquilar). “Ciudadano Bob Roberts” (1992) es el ejemplo de está paradoja aplicado a un tema que ciertamente implica a todo el planeta (como a una gacela de Thompson le interesa que el león se haya comprado una escopeta): la política estadounidense. Tim Robbins, en su debut como director, nos guia con mano izquierda por un falso documental que perfectamente podría ser la película preferida de George W. Bush, no me malinterpreten, no hay duda de que tanto Robbins, como todo ese enorme plantel de actores y actrices, están criticando a esa nueva clase política a la que llaman neo-cons (“dulce neo-con” que dicen los Rolling Stones), pero me imagino al presidente Norteamericano preguntando a su secretario por ese tal Bob Roberts, para adherirlo a su causa.
Pero volviendo al tema que nos interesaba, Bob Roberts (la interpretación de Robbins es tan creíble como la de Welles en “Ciudadano Kane”, de la que ésta es claramente deudora) representa a esa ambigüa fusión entre lo que (en este caso en los años 60) se considera bueno y lo que, por el contrario, se califica de malo. Bob Roberts es el neo-conservador prototípico, sus discos tienen por nombre variaciones de discos de Bob Dylan, y se atreve tanto con el folk como con el rap, quiere salvar EE.UU. de la invasión extranjera y habla del crack como el gran ecualizador (porque elimina a grandes cantidades de población negra y pobre), a primera vista todo esto no se puede compaginar, pero… voilà… en los tiempos que corren se puede combinar cualquier cosa, y más si tenemos en cuenta que, aunque lo dijesen los hippies, los nazis o el mismísimo Jesucristo en los sermones de la montaña, no existe un mal absoluto, ni un bien universal, todo depende de intereses y concepciones diferentes.
Veo en este muy recomendable film, a Joe Black, veo a la Sarandon, a Giancarlo Espósito, a David Strathairm o a James Spader, todos izquierdistas convencidos, joder, incluso Gore Vidal aparece en esta fiesta de liberales hollywoodiense, alegra ver tal fiesta, pero no desde la relatividad, desde mi pozo de relatividad estoy condenado a la tristeza y al desánimo, al tedio y a la apatía, a veces me gustaría ser Bob Roberts, con esas ideas tan claras, o Fidel Castro con sus principios morales tallados en las sienes, o el Ché o el tendero de mi barrio, que sabe a ciencia cierta que los marroquies nos quitan el trabajo y las mujeres, o a los de la Plataforma Solidaria, porque al parecer son altruístas en sus actos, me gustaría ser alguien distinto a quien soy, me gustaría, por un momento en mi vida, no ser este eterno niño-duda.