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Buena parte de la conducta humana puede entenderse como adaptaciones que aumentaron la capacidad de supervivencia de nuestros ancestros. Corey Feldman lo ha entendido (me muero de ganas de ver “The birthday”), Lawrence Kasdan también parece haberlo entendido (o eso interpreto yo con “El cazador de sueños”, aún recuerdo con agrado la aparente levedad de “Mumford”), sin duda lo han aprendido los miembros de los Monty Phyton, Tim Burton y los Coen. Entonces, ¿por qué a mi me cuesta tanto aplicarlo a mi vida? ¿Será que aún no he visto en lo que constiste el verdadero mundo? ¿La adaptación es simplemente un método de conseguir una felicidad estable? ¿o sería reducir el alcance de un proceso mucho más complejo? ¿Qué empuja a Edward R. Murrow a desestabilizar su vida para defender una causa? ¿Son los ideales contrarios naturales de la adaptación? ¿A qué viene que George Clooney dirija una película de un periodista reivindicativo?

El senador Joseph R. McCarthy es, con diferencia, la figura más odiada del cine, el autor de toda una serie de humillaciones para con la libertad de expresión y de pensamiento. Pero si el Estado estaba deacuerdo, ¿donde está el límite en el que se debe pasar de intentar adaptarse a intentar transformar el medio? La pregunta no es difícil, la respuesta es el límite moral. La moral es lo que empuja a Clooney a intentar llenar su film con aire liberal en una época en la que la censura y la intolerancia campan por las marismas de lo implícito. La moral es la que dirige la fría y escueta actuación de David Strathairn. Es la moral la que permite que los anuncios de Kent sean tan divertidos (y a la vez siniestros), es la moral la que impide sacar un notición sobre Hoover o la que condena al paredón a un inocente.

Debatir sobre la relatividad de la moral excede los límites de este mendrugo de pensamientos, pero es ella la que establece las condiciones de la adaptación. “Buenos días y buena suerte” es solamente un marco, así como lo es el cine, Robert Downey Jr., inadaptado por excelencia, en un pequeño papel de adaptado liberal, me hace pensar en la metafórica de la vida. ¿De qué carne se alimenta nuestro César?, pues obviamente de carne adaptada, así que dejemos siempre abierta la via de la crítica, de la duda, del inocente hasta que se demuestre lo contrario.

Transformemos nuestra moral estática, viremos hacia el dinamismo, hacia la adaptación como proceso que avanza imparable, al que estamos avocados pero sobre el que aún hay mucho que decir, dejemos que unos pequeños Ken Loach y John Sayles (director independiente donde los haya, y autor de los guiones de “Piraña”, “Aullidos”, dos tantos para Joe Dante, telefilmes, comedias y hasta la próxima entrega de “Parque Jurásico”) habiten en nuestro cerebro, aunque solo sea como recordatorio de que no existe una verdad universal.

 

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