La casualidad quiso que me acercara al cine de Waters partiendo de sus obras más recientes y acabando en “Pink Flamingos”, de lo contrario Pink habría sido la primera y ultima ¿o no? Santiago Segura reune a los amiguetes para enfundarlos en camisetas, Zapatero para buscar alcalde de Madrid,y John Waters para rodar obras maestras, imposible resistirse.
Despojemos por un momento “Pink Flamingos” de las escenas de incesto, violación, acrotomofilia, coprofagia, canibalismo, vouyerismo, goatse, tráfico de bebés, amputaciones, autonepiofilia, travestismo y zoofilia (avisodomía exactamente) para ver la crática superlativa de Waters a la naturaleza envidiosa e hipócrita del ser humano. “Pink Flamingos” es el discurso humanista que Waters nos repetirá a base de martillazos en el resto de su filmografía, un abanico de perversiones que sobrepasan los límites del cuerpo, de nuestra propia naturaleza, con el fin de situar de nuevo al hombre como el centro de todo y dueño de sí mismo.
Divine y su bizarra familia son genuinos, auténticos, personas realizadas y liberadas de los moldes sociales, son lo que desean ser, todo aquello que puedan imaginar está en su mano, son dueños de sí mismos y no necesitan las prótesis que la sociedad nos atornilla a las piernas para andar, son divinidades. Y en la otra acera estamos nosotros, encarnados en la pareja envidiosa de Divine, aspirantes a ser diferentes, los únicos en algo (sea lo que sea), a poseer lo que envidiamos del otro aunque nos convierta en snobs, en títeres, en coolness, en burdas imitaciones de la estética y las maneras de aquello que admiramos desde el cómodo sillón que ofrece el matrimonio, el capitalismo, o el imperio de la ley.
Divine Waters envia un mensaje que no es nuevo, un mensaje de autoayuda, un mensaje antropocéntrico: cada uno de nosotros somos dios, somos jueces de lo bueno y lo malo, somos conductores de nuestro coche, somos los dueños de nuestra felicidad (Bucay se gana la vida diciendo lo mismo). Divine es la reina de la inmundicia en “Pink Flamingos”, como podría ser campeona de formula 1, tragadora de sables, o directora de western, y ese reinado despierta la envidia de la sociedad que la mira de reojo, que la desaprueba para poder mecanizar su esencia y convertirla en un engranaje más, en un modelo supeditado y digerible para nuestros estómagos, otra percha más que colgar en grandes superficies para comprar el primer domingo de cada mes.
Podemos llevar bambas Converse, cadenas de oro, camisetas rayadas H&M, gafas de pasta, chandal adidas, bolsos de Puka, cenar sushi una vez al mes, consumir rock hormonado o rodar otra vez “Grupo Salvaje” desde todas las posturas del kamasutra, podemos clonarnos cada temporada desde la citypop o en la juaniferia, y seguiremos siendo clones estilizados de aquello que deseamos, que anhelamos ser y no nos atrevemos. Pillaros “Pink Flamingos” de donde sea, y cuando noteis la excitación en la entrepierna no os sintais culpables, ahi es donde empieza la inmundicia y no en la mierda de perro.