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Desde el año 2001 no se ponía este jóven de casi 60 años llamado John Carpenter detrás de la cámara para regalarnos una de esas estampas de género que tan buenos ratos nos han hecho pasar. Comenzó en 1974, tras varios cortos en los 60 (guerreros, monstruos, magos, demonios, godzilla y el espacio exterior como leit-motiv), con poco dinero y muchas ganas dirigiendo “Dark Star”. Llegaron los 80 y Carpenter iba dejando el camino sembrado de perlas del género (“Halloween”, “La niebla”, “Starman” o “La Cosa”). En los 90 se vio tentado por el demonio que posee a todo director de éxito en algún momento de su ascenso, presupuestos más elevados y una responsabilidad distinta. “Memorias de un hombre invisible” (1992), fue su primer fracaso sonado tras 20 años de carrera, debido, sobre todo, a su altísimo presupuesto, aquello sirvió para que Carpenter aprendiera la lección y volviese por sus fueros dando nuevas joyas como “En la boca del miedo”, “El pueblo de los malditos” o la continuación de su ya clásica “1997: Rescate en Nueva York”, “2013: Rescate en Los Angeles”. En esta segunda mitad de la década de los 90 supo Carpenter conjugar los presupuestos a los que ahora tenía acceso con las virtudes de la serie B que siempre había esgrimido, nada de dejar las historias al servicio de los efectos especiales, y nada de abandonar ese toque casi cutre (cosa irreverente cuando hablamos de millones de dólares gastados en f/x). En el año 2001, con “Fantasmas de Marte” pareció cojear de nuevo la fórmula Carpenter (aunque hay que reconocer que nunca ha besado el suelo en la caída) y el maestro se tomó un descanso.

La serie “Masters of Horror” creada por Mick Garris (especialista en terror, director de aquella olvidada “Sonámbulos”, 1992, con guión de Stephen King, del que también dirigió las adaptaciones para televisión de “Apocalipsis” y “El resplandor”, Garris ya partipó en series del género como “Cuentos asombrosos”, “Cuentos desde la Cripta” o “Las pesadillas de Freddy”, y además dirigió la segunda parte de los Critters y la cuarta de “Psicosis”), nos ha devuelto a un John Carpenter en plena forma, de nuevo abonado a la serie B, a los presupuestos ajustados y a los argumentos imaginativos (el guión de “Cigarette burns” es obra de unos jóvenes Drew McWeeny y Scott Swan, que apenas han trabajado aún en el medio, lo que dota al conjunto de una ingenuidad tan propia de la Serie B que insufla al trabajo de Carpenter la vida que tenían “Asalto a la comisaría del distrito 13” o “Christine” (de nuevo Stephen King).

Un jóven, pero experimentado exhibidor cinematográfico ve como su sueño de mantener una sala se desmorona debido, a problemas personales que aún lo torturan, y que vuelven en forma de un ex-suegro sediento de venganza. La única manera de salvar la sala es encontrar “Le Fin Absolue du Monde”, un film maldito, cuyas proyecciones se cuentan por catástrofes y que se cree desaparecido. Un rico coleccionista sin muchos escrúpulos le pagará para que la encuentre y se la lleve. Así, este trasunto de argumento de cine negro va indagando al estilo ladino y esquivo de la serie B en qué buscamos en el cine y porqué puede llegar a ser tan importante (será porque somos unos frikis, a las personas normales y corrientes no les puede apasionar tanto algo tan vano, ¿no?).

Carpenter es una referencia imprescindible, pertenece a otro tiempo, su cine seguirá influyendo por muchos años, así como a en él influyeron Howard Hawks o Roger Corman. Tras ver algunos episodios de “Masters of Horror” (uno ultra-típico y ni siquiera gracioso dirigido por el otrora interesantísimo John Landis, “Deer Woman”; o el publicitado “Homecoming” de Joe Dante, entre otros) me decanto por pensar que el de Carpenter es muy superior, no sé si porque lo echábamos de menos más que a los demás (aunque ya tenía ganas de ver algo nuevo de Joe Dante y no me entusiasmó excesivamente, aunque el planteamiento sea curioso, los soldados muertos en Irak salen de sus tumbas para votar e impedir la reelección de Bush) o porque sabe hacernos sentir de esa manera que sólo saben los que no dudan de que en la vida no hay nada más importante que los buenos momentos.

 

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