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Decía el fundador del positivismo August Comte, allá por el siglo XIX, que toda rama de nuestro conocimiento está supeditada en su marcha a pasar por una primera fase, a la que él llamaba Estado Teológico o Ficticio. En la búsqueda que me propongo del conocimiento del sentido del ser no puedo más que hacer una primera parada en el cine de Serie B, y en el que considero su más infatigable defensor: Roger Corman.

Roger Corman sigue produciendo, a sus 81 años, muestras de serie B con cocodrilos gigantes, asesinos psicópatas, héroes de una pieza y extraterrestres inflexibles. Desde los años 50 representa en el cine esa primera fase en la obtención del conocimiento, todas las respuestas a las inquietudes fundamentales del ser humano se obtienen responsabilizando a seres sobrenaturales. En cierto modo, toda esa oda al entretenimiento que es la filmografía de Roger Corman no es más que un catálogo de explicaciones cuasiteológicas. “El día del fin del mundo” (1955), “Conquistaron el mundo” (1956), “El ataque de los cangrejos gigantes” (1957), “La guerra de los satélites” (1958), “Yo fui un cavernícola adolescente” (1958) o “La mujer avispa” (1960), todas pertenecientes a la primera etapa de Corman nos están hablando de los problemas del ser para vivir en sociedad, del propio cuestionamiento y posterior enfrentamiento con esas cuestiones que todos nos hacemos alguna vez. La respuesta de Corman está fuera, está en esos seres sobrenaturales que lo mismo pueden ser extraterrestres que mutaciones atómicas, la causa primera de nuestras ansiedades se encuentra fuera de nuestro alcance, lo único que podemos hacer es luchar con uñas y dientes.

Con los años 60, Roger Corman comenzó a plantearse problemas de más oscuro calado, las respuestas las volvió a encontrar en lo esotérico, en lo sobrenatural. Su abanderado fue entonces Edgar Alan Poe, en las adaptaciones del escritor estadounidense profundizó en los fundamentos del ser, en los rincones más negros del espíritu humano. “El pozo y el péndulo” (1961), “Cuentos de Terror” (1962), “El Cuervo” (1963), “La máscara de la Muerte Roja” (1964), “La tumba de Ligeia” (1964), intentan, con ayuda de la gótica pose de Vincent Price, socavar información sobre el porqué y el cómo del ser. Una constante es el interes de Corman por el Ser en sociedad, cómo comportarse frente al ser sobrenatural que tiene todas las respuestas. Los monstruos de Corman se tornaban más abstractos conforme avanzaba su carrera, como dispuesto a dar el salto a un segundo estado post-teológico, pero aún teníamos a esos seres en forma de extranjero vestido de rojo o cuervo molesto.

Pero Corman volvió a sus raíces en los años posteriores a la etapa Poe. Las revoluciones estudiantiles, el amor libre, la música pop y el rechazo a la guerra trajo consigo nuevas hordas de jóvenes, y Corman, convertido ya en un clásico (sobre todo para la crítica europea) comenzó un nuevo asalto esgrimiendo las mismas armas que allá por los 60 había utilizado en “Machine-Gun Kelly” (1958) o “La pequeña tienda de los horrores” (1960). Con la sabiduría que tenía entonces la búsqueda dejaba de tener sentido, las respuestas estaban fuera de nuestro alcance, así que sólo había que disfrutar del trayecto. En “Los ángeles del infierno” (1966), “La matanza del día de San Valentín” (1967), “El viaje” (1967), “Mamá sangrienta” (1970), “Gas-s-s” (1971) o “El Barón Rojo” (1971) Roger Corman se limita a moldear autentica artesanía de Serie B, ya sin un verdadero leit-motiv, sin una búsqueda, así, era normal que dejase la dirección cinematigráfica para dedicarse exclusivamente a la producción.

Roger Corman cerró su filmografía como director con “La resurreción de Frankenstein” (1990), una carrera excelente marcada por la implicación de lo sobrehumano en el mundo del ser. Desde “De otro mundo” (1957) a “El hombre con rayos X en los ojos” (1963), de “Apache Woman” (1955) a “La caída de la Casa Usher” (1960), Corman trató de encontrar la verdad sobre la condición del ser, no debió buscar en los sitios correctos, pero en el camino se divirtió de lo lindo.

 

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