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Cuando me dispongo a escribir un artículo sobre algún estreno rastreo por la Fotogramas y por la red intentando encontrar algo, o más bien que algo me encuentre a mi: un género, un actor, un personaje, un tema, un director. Algún concepto sobre lo que divagar e informar en 800 o 900 caracteres. Sin hitos salientes que me saquen de dudas, el mes de mayo empieza con dos películas en cartel las cuales parecen ser propicias para mis intereses.

“Antes que el diblo sepa que has muerto” es el último trabajo (hasta la fecha) del veterano Sidney Lumet, cine negro moderno al más puro estilo del director de “Distrito 34: Corrupción total” (1990) o “La noche cae sobre Manhattan” (1997). Y también es una excusa perfecta para hablar de una trayectoria de 50 años desde que en 1957 dirigiese “12 hombres sin piedad” (con ese Henry Fonda empeñado en defender la inocencia del acusado frente a los otros 11 miembros de un jurado), en los 60 se afianzase con “El prestamista” (1964, con un poderosísismo Rod Steiger), “Punto límite” (1964, de nuevo Henry Fonda, acompañado de Walter Matthau en esta fábula de política ficción producto de la guerra fría) o “La gaviota” (1968, adaptación de la obra de Anton Chekhov), en los 70 rompiese taquillas junto a la generación de directores provenientes de la televisión (excusa perfecta para hablar de la generación que sacó a Hollywood de la quiebra: Steven Spielberg, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Brian DePalma y Sidney Lumet entre otros, aunque eso es otra historia, que será contada en su momento) con films como “Serpico” (1973, papel icónico para Al Pacino, como insobornable policía enfrentado a la corrupción), “Asesinato en el Orient Express” (1974, el genial Albert Finney da vida a Hercule Poirot en esta adaptación de Agatha Christie) o “Tarde de perros” (1975, de nuevo Al Pacino, de nuevo sobreactuación en uno de los roles más destacables de su carrera), en los 80 se asentase y llegasen sus primeros batacazos, desde las encomiables “El príncipe de la ciudad” (1981) o “Veredicto” (1982) hasta las irregulares “Un lugar en ninguna parte” (1988, nominación al Oscar para el desaparecido River Phoenix) o “Negocios de familia” (1989, Sean Connery, Dustin Hoffman y Matthew Broderick como improbables abuelo, padre e hijo dispuestos a dar el último golpe), los 90 fueron grises con “El abogado del diablo” (1993, Don Johnson y Rebeca de Mornay en un thriller erótico bajo la estela de “Instinto básico” de Paul Verhoeven) o “Gloria” (1999, remake del film de John Cassavetes, con Sharon Stone en lugar de Gena Rowlands) y este nuevo siglo parece haberlo comenzado, a sus casi 80 años, con fuerzas renovadas gracias a “Declaradme culpable” (2006, pelácula de juicios nada simplona, protagonizada por un sorprendente Vin Diesel) o la que nos ocupa.

“Iron Man” es la enésima adaptación de un personaje de comics Marvel en los últimos 10 años (hasta 1998, con la llegada de “Blade” de Stephen Norrington, no habían tenido en Marvel el éxito cinematográfico que había logrado DC Comics con “Superman” de Richard Donner o “Batman” de Tim Burton), nos promete efectos especiales, acción y a Samuel L. Jackson como Nick Furia. Su director es Jon Favreau (actor, al que podemos recordar como el novio millonario, amante de la lucha total, de Mónica en “Friends”, dedicado últimamente a la dirección de films como “Elf”, 2003, o “Zathura, una aventura espacial”, 2005). Aquí la excusa no estribaba en el director, sino en su protagonista. El encargado de dar vida a Tony Stark es Robert Downey Jr., inhabitual en roles principales (aunque sorprendió con aquella estupenda trasformación como Charles Chaplin en “Chaplin” de Richard Attenborough en 1992, por la que fue nominado al Oscar) y uno de los secundarios más imprescindibles de los últimos 20 años, desde los tiempos de “La mujer explosiva” (John Hughes, 1985), “Regreso a la escuela” (Alan Metter, 1986) o “Golpe al sueño americano” (Marek Kanievska, 1987) y sus roles de adolescente loco por el sexo y las drogas, pasando por “Escándalo en el plató” (Michael Hoffman, 1991), “Vidas Cruzadas” (Robert Altman, 1993) o “Asesinos natos”, 1994) en los que pasó a ser un jóven de moral dudosa, hasta “Jóvenes prodigiosos” (Curtis Hanson, 2000), “Kiss kiss bang bang” (Shane Black, 2005) o “Zodiac” (David Fincher, 2007) en los que ahonda en su papel de tipo raro y particularmente excéntrico. Robert Downey Jr. Me da pie a hacer un repaso de los grandes actores secundarios, aunque ponerme a citar a Walter Brennan, Thelma Ritter (inmortal cotilla en “Eva al desnudo” o “La ventana indiscreta”), Shelley Winters, Peter Ustinov (diabólico Nerón en “Quo Vadis”), Angela Lansbury, Peter Falk (el mismásimo detective Colombo), Jason Robarts, Walter Matthau (gruñón y liante como pareja de Jack Lemmon al servicio de Billy Wilder), Lily Tomlin, Michael Ironside (inolvidable malo en “Scanners” o “Desafio Total”), Dennis Hopper, Chris Cooper (habitual de John Sayles, se hizo popular como padre castrense y reprimido en “American beauty” y logró el Oscar por la excelente “El ladrón de orquídeas”) o decenas más, ponerme a citarlos a todos excede el espacio de esta página.

Y con estas me marcho, con las constantes de siempre, aprendiz de muchas cosas y maestro de ninguna, citando excesivos datos pero, sin hablar de nada en particular, escribiendo para todos los públicos, pero sin que le guste a ninguno en concreto, sin decir nada de las películas que dan título al artículo, pero diciéndolo todo del cine como unidad, así de poco práctico que es uno.

 

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