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Apoyémonos en Ortega y Gasset para remontarnos al momento del supuesto salto cualitativo del hombre con respecto a los demás animales. Imaginemos, pues, al hombre como un animal enfermo, de una enfermedad que simbólicamente llamaremos paludismo, porque vivía sobre pantanos infestados de mosquitos y demás. Y esa enfermedad le causó una intoxicación que produjo en él una hiperfunción cerebral. Ésta originó un grado mayor de hiperfunción mental, cuyo resultado fue que el hombre se llenó de imágenes, de fantasías; es decir, que se encontró dentro suyo con todo un mundo imaginario, con un mundo interior de que el animal carece, un mundo interior frente, aparte y contra el mundo exterior.

Y ya es verano de nuevo, vuelve el calor y con el las reminiscencias de aquel origen (imaginado, no lo olvidemos) pantanoso, ya quedan lejos las buenas intenciones prometidas en el, a menudo eufórico, cambio de año, pero las superproducciones parecen nunca pasarse de moda, el animal simbólico que somos huye del mundo exterior con herramientas tales como “Las Cronicas de Narnia: El Principe Caspian” (200 millones de dólares, 126 millones de euros, 21.000 millones de pesetas) o “La Momia: La tumba del Emperador Dragón” (sólo Brendan Fraser ya se ha embolsado 20 millones de dólares, cerca de 13 millones de euros, 2.150 millones de pesetas). El animal categorial que también somos huye del exterior con máscaras ancestrales, con personalidades ocultas, con héroes de leyenda, se evade de su relativamente nueva capacidad retrotayéndose bajo la imagen de un animal, ocultándose de su nueva facultad tras la imagen de lo que era antes, con “El caballero oscuro”, la nueva de Batman que ha costado 150 millones de dólares (97 millones de euros, más de 16.000 millones de pesetas, recordemos que Jack Nicholson cobró por “Batman” de Tim Burton, la friolera de 60 millones de dólares, de los de 1989), marcada por la oscuridad, tanto del argumento que busca lo escabroso y oscuro como de la reciente muerte de Heath Ledger (que interpreta al Joker) en suicidas circunstancias; o “Hellboy II: The Golden Army” (75 millones de dólares, cerca de 49 millones de euros, más de 8.000 millones de pesetas) en la que Guillermo del Toro recupera a su sonrojado héroe de la Oficina de Defensa e Investigación Paranormal para que le pare los pies al Práncipe Nuada (Luke Gross, al que ya vimos en “Blade II”), el cual ha roto la tregua milenaria entre los seres fantánsticos y los humanos.

Y resulta que, desde aquella dichosa picadura que provocó espasmos y epifanías, esta última bestia que es el primer hombre tiene que vivir, a la vez, en dos mundos (el de dentro y el de fuera), por tanto, irremediablemente y para siempre, inadaptado, desequilibrado; ésta es su gloria, esta es su angustia. Y gracias a la permanencia de esa dualidad (presente en cualquier religión, en cualquier cultura, en cualquier sociedad) no solo existen megaproducciones en las que gastan millones en cubitos de hielo para poner duros los pezones de Angelina Jolie, sino que gente como el austriaco Michael Haneke dirige “Funny Games” (remake de su film homónimo de 1997, eso si) en el que reflexiona sobre la existencia del mal, sus resortes y el morbo que provoca en el espectador; o el coreano Kim Ki-Duk (del cual nos llegaron hasta tres peláculas simultáneas durante la fiebre del cine oriental de hace un par de años, “Hierro 3”, “Samaritan Girl” o “Primavera, verano, otoño, invierno … y otra vez primavera”, esta última una verdadera joya del cine con verdadera utilidad) vuelve a remover emociones y estaciones con la historia del adulterio cometido por una mujer con un condenado a muerte en “Aliento”; o estrenan por fin la última del director maldito Harmony Korine (guionista de “Kids” de Larry Clark o director de la muy neorrealista “Gummo” en 1997 o del 6º film Dogma “Julian Donkey-Boy”, 1999, un estudio afectado sobre la esquizofrenia), “Mister Lonely”, en la que se adentra de nuevo en los entresijos de la mente humana, sus desvaríos y emociones a través de personajes que rozan el surrealismo (cuenta esta vez con Diego Luna como Michael Jackson y Samantha Morton como Marilyn Monroe, sin olvidar a otro fan de las atápicas mentes humanas: Werner Herzog).

Pero al fin y al cabo lo más importante tanto del cine como de ese ser que enfermó en un pantano hace incontable tiempo es la fantasía, la capacidad de fabular (tanto Dreamworks, con “Kung-Fu Panda”, en la que Jack Black, Jackie Chan o Dustin Hoffman ponen voz a animales expertos en las artes marciales Shaolin; como Pixar, con “Wall-E”, en la que un robot programado para limpiar la Tierra mientras la especie humana espera en el espacio toma consciencia de su futilidad y a la vez de su grandeza, vuelven a la carga con cine de animación en 3D) y la imaginación (de la que estamos escasos a la vista de estrenos como “Superagente 86 De Pelácula”, versión de la serie homónima, con Steve Carell; “X Files: Creer es la clave” o el regreso de Mulder y Scully; remakes de clásicos, “El tren de las 3:10”, wester con Russell Crowe y Christian Bale; versiones de musicales, “Mamma Mia!”, el musical de Brodway con canciones de Abba viene protagonizado por Meryl Streep; …).

Y es que hasta lo que llamamos razón no es sino fantasía puesta en forma. ¿Hay en el mundo algo más fantástico que lo más racional? ¿Hay algo más fantástico que el punto matemático y la lánea infinita, la ley de los grandes números y la teoría de la relatividad, la fásica cuántica o la teoría de los agujeros negros, en general, toda la matemática, toda la fásica? ¿Hay fantasía más fantástica que eso que llamamos ‘justicia’ y eso que llamamos ‘felicidad’, la fenomenología, la pragmática y la hermenéutica, la filosofía y la religión? ¿Hay algo más imaginativo que pensar que somos especiales, que pensar que somos únicos?

 

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