Para August Comte, el cúlmen del sistema de conocimientos humano se encuentra en el Estadio Científico o Positivo, en éste el ser humano se desentiende de la infructuosa búsqueda de los supuestos orígenes (y también finalidades) teológicos o metafísicos del mundo y de la humanidad, y se concentra en vislumbrar las leyes afectivas que rigen los fenómenos, en categorizar, clasificar, analizar y experimentar. Y es ese afán minuciosamente científico el que esgrime David Fincher en “Zodiac” (2007), un film que es todo un catálogo de las virtudes del positivismo.
Es “Zodiac” la historia documentada de un asesino cuasi-fantasma que hizo cundir el pánico a finales de los 60 y principios de los 70. Al igual que en el libro de Robert Graysmith, la minuciosidad está puesta al servicio de la necesidad superior: averiguar la verdad, saber quién demonios fue el asesino. Esa búsqueda de la verdad es la búsqueda que todos nosotros emprendimos hace tiempo, y que nos va quemando la sangre de tan lejos que parece estar aún (cuando Graysmith va a la cárcel a hablar con el personaje de Clea DuVall, y le dice que quería hablar de Zodiac, ésta le contesta: “se te notaâ€?, es la cara del que está absorbido por una empresa infructuosa). Al igual que me pregunto yo, David Fincher se pregunta en “Zodiac” si existe esa tal verdad, ese Zodiac que puede ser un asesino, o dos o tres o un loco uniendo con puntos asesinatos que lee en los periódicos, o, tal vez, una simple obsesión de un grupo de personajes obcecados, demasiado preocupados por banalidades.
Una vez que estás convencido de que tras la percepción, tras la interpretación existe una verdad inalterable, entonces has de confiar en un método para llegar a ella. Ese método es el científico, como oposición a ese pensamiento mágico que tanto daño parecía haber causado. El trabajo de ese periodista con tendencias autodestructivas en plena época hippie con la cara de Robert Downey Jr., el de ese detective trasunto de Colombo encarnado por Mark Ruffalo, o de su cara comprensiva tras los ojos de Anthony Edwards, el trabajo que se autoasigna Robert Graysmith (interpretado por el últimamente omnipresente Jake Gyllenhaal), es el trabajo del investigador de la verdad, el trabajo de todos nosotros, buscamos el conocimiento, no de la causa de un fenómeno, sino de la conexión de múltiples fenómenos (a primera vista inconexos) que permitan considerarlos como un sólo fenómeno.
Verdaderamente me pregunto, si como les pasaba a los cazadores de Zodiac, no nos pasa también a todos nosotros, encerrados en el Estadio Científico intentamos crear verdades más que descubrirlas, porque todo es más sencillo si la verdad existe, si las cosas son absolutas, si la realidad se puede abrazar, si podemos poseer un conocimiento fiable. David Fincher y el guionista James Vanderbilt han creado con “Zodiac” una oda a ese camino que todos recorremos durante nuestras vidas, a ese proyecto de conocimiento que la gente suele dar por cerrado antes de volverse loca (casi todo el mundo prefiere considerar algo como verdadero antes que pasarse la vida intentando demostrarlo con pruebas fiables).
Muchos espectadores habrán salido de la sala bostezando y echando de menos la sangre seca y el oscurantismo moderno de “Seven”, pero a mi me ha sorprendido gratamente el último film de este director de la generación de los video-clips, que parece haber encontrado una primera prueba concluyente en su camino de búsqueda de la verdad, y no precisamente de una verdad científica.