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Como el indigente sin nada que echarse a la boca mirando a través del escaparate de una pastelería, como un gordo bigotudo ricachón zampándose de golpe dos deliciosos bizcochos rellenos de crema pastelera y glaseado doble. Así me siento yo ante el re-estreno en España de “Al final de la escapada”, la mejor película del surfista (¿chiste fácil?) suizo Jean Luc Godard. Ya que en mi ciudad tendremos que echar mano de un viejo VHS si queremos dsfrutar a Jean Paul Belmondo y Jane Seberg en su huida de Paris a Marsella. El título que lanzó a la Nouvelle Vague al espacio de la cinematografía mundial puede parecer otra película de chico-conoce-chica-y-ambos-huyen-de-la-policía, pero está muy por encima de obras (ya de por sí apreciables) como “El demonio de las armas” o “Bonnie & Clyde”. Y es que en 1959 el cine de Hollywood se rehacía en Francia a la manera europea por intelectuales del cine tales como este Godard, Truffaut, Malle o Chabrol, que apadrinados por la revista francesa Cahiers du cinema, cambiaron el papel por el celuloide y realizaron obras maestras de la talla de “Los 400 golpes”, “Pierrot el loco” o “Fuego Fatuo”.

La leyenda también rodea este “A bout de souffle” de Godard. Y es que al parecer este crítico suizo realizó la película (con unos, por entonces desconocidos, Belmondo y Seberg) en menos de un mes, y, siguiendo en esta linea, la tenía montada un día despues. Le habían salido 2 horas de metraje y los productores le pidieron amablemente (es que los productores son así de amables) que eliminase escenas, con el objetivo de recortar 15 minutos. Pero Jean Luc consideró que todas las escenas eran importantes, así que no eliminó ninguna. Lo que si hizo fue meter cortes en el interior de casi todas las escenas, recortando hasta 25 minutos. Así es como la Nouvelle Vague cambió la caligrafía del cine, los cortes de Godard propiciaron unos saltos espacio-temporales que violaban la lógica del montaje cinematográfico, pero que a la larga se han asentado en casi todas las películas. Así, quien pueda que vaya a disfrutar en pantalla grande de esta obra seminal del intelectualismo (toda ella es una investigación cinematográfica, pero no al estilo de posteriores investigaciones del raro Godard) francés, de sus trepidantes 90 minutos de amor al cine.

 

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