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El número de la mala suerte para algunos y el récord de pajas para otros. Para mí una grata sorpresa (aunque no estoy tan lejos del récord) este año. “Thirteen” es el debut en la dirección de Catherine Hardwicke (directora de producción de películas prescindibles como “Vanilla sky” o de películas de modesto culto (tiempo al tiempo) como “Tres reyes” o “Dos días en el valle”), que, ayudada en el guión por una de las intérpretes principales Nikki Reed, ha logrado subir la nota en cuestión de películas de adolescentes.

No hablan (Catherine y Nikki en un discurso en el que se pueden distinguir las aportaciones de cada una) de la desesperanza experiencial y la apatía existencial de los chicos de “Kids”, ni tampoco de la amargura y miseria de la humillación (como en la estupenda “Bienvenidos a la casa de muñecas”), sino, más bien, del descenso a los infiernos de una adolescente, esos infiernos en los que no puedes calmar el ritmo frenético de los latidos de tu corazón. Un paseo (a veces algo complaciente) por los primeros escarceos con las drogas y el sexo por parte de Tracy (Evan Rachel Wood), la niña con cara de buena que remueve las humedades de la platea.

No he visto en la película muchas cosas que no pienso que todo el mundo debería experimentar (no soy un defensor a ultranza de la automutilación, así que os recomiendo que dejeís vuestro cuerpo más o menos intacto), al menos para hablar de ellas. Lo más destacable del film (a mi entender) es seguir el camino de púberes malentendidos que arrastran a la protagonista a confundir lo que quiere (pues esta adolescente lo que quiere no es experimentar sino vivir como el americano medio, menos mal que los malos, buenos, de la peli la encaminan por la senda oscura) con lo que hace (que, que duda cabe, le gusta, y ¿a quién no?).

Completan el reparto Kip Pardue (que junto con Nikki Reed apadrinan a la pequeña) como jovenzuelo machote que se aprovecha de la situación, y las estupendas Holly Hunter y Deborah Kara Unger como las madres a las que se les revuelven las tripas con las cosas que hacen sus hijas. Así, este film tiene una doble lectura: la de las madres que saldrán del cine emparanoiadas con las salidas (paseos, ¿eh?) de sus hijas, y (mi preferida) la de las jovenzuelas en las que se activará una vocecita en sus cabezas que diga “quiero hacer un trio” o “qué pasaría si me enrollo con mi amiga”. Al final quien tenga cabeza sobrevivirá, quien no la tenga se quedará en agua de borrajas.

 

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