La entrega de los Oscars de este año me ha dado mucho que pensar y, tras mi descanso semipenitenciario, sobre todo por las categorías referidas a las interpretaciones masculinas, que, como supongo no no hay que repetir, fueron a parar a manos del ex-enfant terrible Sean Penn y el más intelectual y menos pasional Tim Robbins. En otras circunstancias no tendría nada que reprochar, con respecto a otros años éstos han sido unos premios la mar de merecidos, dos grandes actores en una gran película, “Mistic River”, dirigidos por un gran director, un Clint Eastwood fenomenal. Pero el problema viene por lo que considero una domesticación de dos de los más acérrimos atacantes contra la hipocresía y la mierda en general que desprende el gobierno estadounidense. Atrás quedaron los discursos de Tim Robbins defendiendo mil y una causas, hablando a pesar de lo que el director de la gala le hubiese mandado, ¿ cómo es posible que simplemente hagas una mención a los maltratos infantiles (que no digo que no fuese acertada) en un año en el que los problemas políticos (que tanto te preocupaban antes) están llevando al mundo por el camino de la amargura? ¿Acaso tenía miedo Robbins de que lo echaran de la gala, o de que le quitasen el Oscar?, me pareció como suando a un perro le tiras un hueso para que deje de ladrar. Un simbolillo de la paz en forma de pin y un saludito para la Sarandon (que estaría revolviéndose en su asiento) fueron lo único, y yo pensando en que nisiquiera debería haberse presentado a la entrega.
¿Y qué demonios hacía Sean Penn en la entrega de los Oscars? ¿Es que en EE.UU. no se dan cuenta de lo reaccionaria que es la Academia? Sean Penn, un tipo que se ha movido por ciertas causas que seguramente no tragan los mohosos componentes de la Academia. ¿Otro caso de premio-hueso? Desde luego debería haber más actores que despreciaran los Oscars, es increible que haya tan pocos. Pero si ya están forrados de dinero, lo único que les queda por defender son sus ideales, y ¿qué ideal es el que va enfundado en un traje de 6.000 dólares a una celebración tan elitista como intolerante? Menos mal que aún queda Woody Allen.